La académica estadounidense habla de filiación, trabajo infantil e interés superior del niño a propósito de la reciente traducción de su libro de 2009 ‘Hijos del azar. Infancia, clase y Estado en Chile, 1850-1930′
Profesora de historia latinoamericana en el Barnard College de la Universidad de Columbia, Nara Milanich (Gainesville, Florida, 52 años) enseña a sus estudiantes que “todo tiene una historia, incluso los niños”. Y lo hace a partir de su propia experiencia, que la tuvo investigando en Chile durante largos períodos, trabajo que derivó en un libro aparecido originalmente en 2009, pero que sólo hace unos meses asomó en castellano: Hijos del azar. Infancia, clase y Estado en Chile, 1850-1930 (Biblioteca Recorridos, 2024).
Maciza, cautivante y reveladora, la obra se hace cargo de los menores sin filiación conocida que vivieron en casas de huérfanos. Que fueron como de la familia en hogares donde oficiaron como sirvientes. Y, por esa vía, habla de parentescos, paternidad e ilegitimidad, pero también de clase, acentos patriarcales y dinámicas estatales.
“Cuando pasas mucho tiempo buceando en los archivos, sobre todo los judiciales, te vas topando con sujetos, ideas y prácticas desconocidos, o que te parecen raros”, cuenta la historiadora en un café del céntrico barrio Lastarria de Santiago. “Ahí me topé con la niñez. Al principio, buscaba prácticas familiares, ideas de género, etcétera, y me di cuenta de que hay muchísimos niños por ahí, lo que es lógico si se piensa que eran como un 40% de la población en 1900. Pero no siempre están haciendo lo que se piensa que hacen los niños, o que deberían hacer”.
Agrega que, leyendo un expediente criminal, apareció un testigo de siete años. “¿Quién eres?”, le preguntan. “Yo me crie en esta casa. Yo estaba barriendo el patio”, responde. “Ahí te vas dando cuenta de que el niño no estaba en la casa porque fuera un hijo de la familia, sino porque era un criado. Luego te topas, una y otra vez, con la misma historia y entiendes que esa era una práctica muy común: criar niños ajenos a la casa que tenían el estatus de sirviente, de subordinado, de paniaguado”.
Y agrega: “Lo que hoy llamamos ideología de la niñez es casi irreconocible en esta época».
Pregunta. Esta ideología, ¿en qué medida permite reconsiderar la idea de la niñez asociada a la inocencia, a una cierta pureza?
Respuesta. Esas ideas del niño puro e inocente que requiere protección, así como la idea misma de lo que requiere un niño, son hoy absolutamente distintas. ¿Dónde debería estar un niño a las dos de la tarde? En la escuela, obviamente: esa también es una idea nueva. La segregación espacial de la niñez —mandar a un niño, por ejemplo, a la escuela— es una característica de la modernidad. Y todas estas ideologías en torno al niño como un ser aparte, un sujeto especial con necesidades especiales, distintas de las que tienen los adultos, también son nuevas.
P. La ley que creó en 2004 los tribunales de familia habla del “interés superior del niño”. Parece conferirle un estatus inédito, ¿no?
R. Claro. En el siglo XIX existía un discurso en torno al niño como objeto de la caridad, pero no necesariamente como portador de derechos, idea que surge a principios del siglo XX, y no solo en Chile: hacia 1920 se empieza a hablar de los niños como sujetos de derecho.

P. Al definir hoy ese interés superior, la Defensoría de la Niñez afirma que “todas las decisiones que se tomen en relación a un niño, niña o adolescente deben ir orientadas a su bienestar y pleno ejercicio de derechos”. ¿Es esto expresión de una plenitud de derechos, como si no se pudiera ir más lejos que eso?
R. Es difícil imaginar lo que podría venir después de eso. Lo que sí creo es que hoy la historia de la infancia no despierta tanto interés porque, si uno piensa en otros grupos subordinados que han escrito su historia -las mujeres, los pueblos indígenas, los exesclavos, los obreros, etcétera-, todos descubren que tienen una historia cuando surge la historia social, en los 60. Y esa historia propia tiene mucho que ver con la politización de esos grupos: la historia de las mujeres surge junto con el feminismo; la historia afroamericana, con la movilización por los derechos civiles. En cambio, los niños no forman un grupo político que encuentra su propia conciencia colectiva.
P. Y no salen a marchar.
R. No marchan. Además, la niñez es un estado temporal, a diferencia de las mujeres, los afrodescendientes, los trabajadores: es un estadio que se supera, no un grupo político. Y creo que por eso la infancia y la historia de la infancia, para muchos, no son políticas, pero en este libro quise mostrar y demostrar que la historia de la infancia sí es política en el sentido más amplio, pues trata de las relaciones de poder. Esa es mi definición de política. Y aunque no lo parezca, la historia de la infancia es muy política.
P. Su libro aborda la paternidad y la filiación. ¿Son cosas que damos por sentadas pero que históricamente han sido muy distintas?
R. El fenómeno de los niños sin filiación, sin identidad conocida, estaba muy difundido hace 150 años, también hace 100. Se hablaba de los “hijos de don nadie”. Me topé, investigando, con un debate en el Congreso alrededor de 1928. Una nueva ley requería que los niños suplementeros, que vendían diarios en la calle, presentaran su certificado de nacimiento y pidieran una especie de licencia.
P. ¿Y qué ocurrió?
R. Muchos niños no sabían dónde habían nacido, o quiénes eran sus padres, y un congresista sale en su defensa diciendo que son “hijos de don nadie”. Me pareció muy interesante, asimismo, la tensión entre los que no tienen ningún conocimiento de su filiación y una sociedad decimonónica dirigida por una élite para la cual la genealogía y la identidad genealógica era todo. Y me parece que hay algo ahí que ayuda a dar sentido a la clase social en Chile, algo quizá distinto de otros lugares: el conocimiento de la genealogía no es lo que da sentido a la clase social en EE UU o en Inglaterra.
P. Usted ha dicho que la familia “sigue siendo en Chile la que determina la pertenencia y la exclusión de una cierta clase social y la que reproduce la desigualdad”. ¿Qué idea de familia que subyace a esa afirmación?

R. Es una idea arraigada históricamente en el derecho. Las leyes de filiación que describo en el libro surgen con el Código Civil de Andrés Bello [promulgado en 1855] y duran hasta 1998, con la Ley de Filiación [que eliminó la distinción entre hijos legítimos e ilegítimos]. Y uno se da cuenta de que, si duran tanto, es porque tienen un sentido para la sociedad durante mucho tiempo, hasta que ya no son justificables, porque han surgido otras ideas de la justicia.
P. La familia, en singular, es tradicionalmente defendida por la derecha, pero la izquierda [incluyendo al Presidente Boric] también la ha considerado, aunque más bien en plural.
R. La derecha ha tenido históricamente un monopolio de la idea de familia, y la izquierda, o los sectores más progresistas, necesitan quitarle ese monopolio a la derecha: hablar de la familia.
P. ¿Deben quitarse el estigma de que la izquierda no habla de la familia porque hacerlo es de conservadores?
R. Exactamente. De hecho, hay gente que supone que soy conservadora porque trabajo en historia de la familia. Si uno es progresista, según esa lógica, hablaría de historia de género o algo así, no de familia. Sin embargo, creo que tenemos que hablar de familia, de filiación, de parentesco. Son dinámicas muy importantes.
EL PAÍS
Profesora de historia latinoamericana en el Barnard College de la Universidad de Columbia, Nara Milanich (Gainesville, Florida, 52 años) enseña a sus estudiantes que “todo tiene una historia, incluso los niños”. Y lo hace a partir de su propia experiencia, que la tuvo investigando en Chile durante largos períodos, trabajo que derivó en un libro aparecido originalmente en 2009, pero que sólo hace unos meses asomó en castellano: Hijos del azar. Infancia, clase y Estado en Chile, 1850-1930 (Biblioteca Recorridos, 2024).. Maciza, cautivante y reveladora, la obra se hace cargo de los menores sin filiación conocida que vivieron en casas de huérfanos. Que fueron como de la familia en hogares donde oficiaron como sirvientes. Y, por esa vía, habla de parentescos, paternidad e ilegitimidad, pero también de clase, acentos patriarcales y dinámicas estatales.. “Cuando pasas mucho tiempo buceando en los archivos, sobre todo los judiciales, te vas topando con sujetos, ideas y prácticas desconocidos, o que te parecen raros”, cuenta la historiadora en un café del céntrico barrio Lastarria de Santiago. “Ahí me topé con la niñez. Al principio, buscaba prácticas familiares, ideas de género, etcétera, y me di cuenta de que hay muchísimos niños por ahí, lo que es lógico si se piensa que eran como un 40% de la población en 1900. Pero no siempre están haciendo lo que se piensa que hacen los niños, o que deberían hacer”.. Agrega que, leyendo un expediente criminal, apareció un testigo de siete años. “¿Quién eres?”, le preguntan. “Yo me crie en esta casa. Yo estaba barriendo el patio”, responde. “Ahí te vas dando cuenta de que el niño no estaba en la casa porque fuera un hijo de la familia, sino porque era un criado. Luego te topas, una y otra vez, con la misma historia y entiendes que esa era una práctica muy común: criar niños ajenos a la casa que tenían el estatus de sirviente, de subordinado, de paniaguado”.. Y agrega: “Lo que hoy llamamos ideología de la niñez es casi irreconocible en esta época».. Pregunta. Esta ideología, ¿en qué medida permite reconsiderar la idea de la niñez asociada a la inocencia, a una cierta pureza?. Respuesta. Esas ideas del niño puro e inocente que requiere protección, así como la idea misma de lo que requiere un niño, son hoy absolutamente distintas. ¿Dónde debería estar un niño a las dos de la tarde? En la escuela, obviamente: esa también es una idea nueva. La segregación espacial de la niñez —mandar a un niño, por ejemplo, a la escuela— es una característica de la modernidad. Y todas estas ideologías en torno al niño como un ser aparte, un sujeto especial con necesidades especiales, distintas de las que tienen los adultos, también son nuevas.. P. La ley que creó en 2004 los tribunales de familia habla del “interés superior del niño”. Parece conferirle un estatus inédito, ¿no?. R. Claro. En el siglo XIX existía un discurso en torno al niño como objeto de la caridad, pero no necesariamente como portador de derechos, idea que surge a principios del siglo XX, y no solo en Chile: hacia 1920 se empieza a hablar de los niños como sujetos de derecho.. P. Al definir hoy ese interés superior, la Defensoría de la Niñez afirma que “todas las decisiones que se tomen en relación a un niño, niña o adolescente deben ir orientadas a su bienestar y pleno ejercicio de derechos”. ¿Es esto expresión de una plenitud de derechos, como si no se pudiera ir más lejos que eso?. R. Es difícil imaginar lo que podría venir después de eso. Lo que sí creo es que hoy la historia de la infancia no despierta tanto interés porque, si uno piensa en otros grupos subordinados que han escrito su historia -las mujeres, los pueblos indígenas, los exesclavos, los obreros, etcétera-, todos descubren que tienen una historia cuando surge la historia social, en los 60. Y esa historia propia tiene mucho que ver con la politización de esos grupos: la historia de las mujeres surge junto con el feminismo; la historia afroamericana, con la movilización por los derechos civiles. En cambio, los niños no forman un grupo político que encuentra su propia conciencia colectiva.. P. Y no salen a marchar.. R. No marchan. Además, la niñez es un estado temporal, a diferencia de las mujeres, los afrodescendientes, los trabajadores: es un estadio que se supera, no un grupo político. Y creo que por eso la infancia y la historia de la infancia, para muchos, no son políticas, pero en este libro quise mostrar y demostrar que la historia de la infancia sí es política en el sentido más amplio, pues trata de las relaciones de poder. Esa es mi definición de política. Y aunque no lo parezca, la historia de la infancia es muy política.. P. Su libro aborda la paternidad y la filiación. ¿Son cosas que damos por sentadas pero que históricamente han sido muy distintas?. R. El fenómeno de los niños sin filiación, sin identidad conocida, estaba muy difundido hace 150 años, también hace 100. Se hablaba de los “hijos de don nadie”. Me topé, investigando, con un debate en el Congreso alrededor de 1928. Una nueva ley requería que los niños suplementeros, que vendían diarios en la calle, presentaran su certificado de nacimiento y pidieran una especie de licencia.. P. ¿Y qué ocurrió?. R. Muchos niños no sabían dónde habían nacido, o quiénes eran sus padres, y un congresista sale en su defensa diciendo que son “hijos de don nadie”. Me pareció muy interesante, asimismo, la tensión entre los que no tienen ningún conocimiento de su filiación y una sociedad decimonónica dirigida por una élite para la cual la genealogía y la identidad genealógica era todo. Y me parece que hay algo ahí que ayuda a dar sentido a la clase social en Chile, algo quizá distinto de otros lugares: el conocimiento de la genealogía no es lo que da sentido a la clase social en EE UU o en Inglaterra.. P. Usted ha dicho que la familia “sigue siendo en Chile la que determina la pertenencia y la exclusión de una cierta clase social y la que reproduce la desigualdad”. ¿Qué idea de familia que subyace a esa afirmación?. R. Es una idea arraigada históricamente en el derecho. Las leyes de filiación que describo en el libro surgen con el Código Civil de Andrés Bello [promulgado en 1855] y duran hasta 1998, con la Ley de Filiación [que eliminó la distinción entre hijos legítimos e ilegítimos]. Y uno se da cuenta de que, si duran tanto, es porque tienen un sentido para la sociedad durante mucho tiempo, hasta que ya no son justificables, porque han surgido otras ideas de la justicia.. P. La familia, en singular, es tradicionalmente defendida por la derecha, pero la izquierda [incluyendo al Presidente Boric] también la ha considerado, aunque más bien en plural.. R. La derecha ha tenido históricamente un monopolio de la idea de familia, y la izquierda, o los sectores más progresistas, necesitan quitarle ese monopolio a la derecha: hablar de la familia.. P. ¿Deben quitarse el estigma de que la izquierda no habla de la familia porque hacerlo es de conservadores?. R. Exactamente. De hecho, hay gente que supone que soy conservadora porque trabajo en historia de la familia. Si uno es progresista, según esa lógica, hablaría de historia de género o algo así, no de familia. Sin embargo, creo que tenemos que hablar de familia, de filiación, de parentesco. Son dinámicas muy importantes.. Seguir leyendo