En las plazas se ha instalado una patente de conveniencia y estar en ellas es, para algunos, una toma de posición, un salve a las esencias patrias y no sé cuántas otras mandangas. Leer
En las plazas se ha instalado una patente de conveniencia y estar en ellas es, para algunos, una toma de posición, un salve a las esencias patrias y no sé cuántas otras mandangas. Leer
Cansa insistir, pero conviene hacerlo: las plazas de toros han degenerado hasta el rifirrafe ideológico con perversión e interés. La política lo tizna todo y cuando uno va a la plaza sabe que va a encontrar, antes que toreros y animales bravos, un calambre de revancha recorriendo los tendidos. La ambición de muchos es que los toros sean de derechas. Imagino que es uno de los tantos traspiés de mi izquierda, aunque razón no le falta. En las plazas se ha instalado una patente de conveniencia y estar en ellas es, para algunos, una toma de posición, un salve a las esencias patrias y no sé cuántas otras mandangas. Así están las cosas. Cualquier arte se degrada mucho cuando sólo es de unos. Ocurre también con la poesía si se reduce a panfletaria, por ejemplo. Hubo fascistas sobrecogidos por poemas de Miguel Hernández igual que hubo comunistas muy reaccionarios gozando con La casa encendida de Luis Rosales.. Como mantengo mi afición a raya y cada vez cuesta más explicar el por qué a uno le interesa el toreo (con dudas también), suelo acudir a las plazas sólo a ver cuanto sucede en el ruedo. Me parece lo más sensato. Lo que ocurre fuera de ese perímetro interesa poco para este caso. Y no siempre fue como lo es ahora. Quiero decir: hasta no hace tanto la alegre bocanada de consignas sólo era un rumor marginal y peregrino. Antes en los toros se gritaba de toros. La prohibición en Cataluña y Baleares y la terca desintegración del prestigio del arte de torear (que lo tenía) ha prendido las antorchas y ahora en algunos momento zumba un relente sulfúrico, incluso es posible apreciar una apropiación indebida del merchandising sentimental del toreo. Para una parte de la izquierda (más allá de la defensa animal) apreciar la tauromaquia es un trastorno fachoso. Qué disparate. Comprendo a los animalistas, cómo no hacerlo, pero me desentiendo de los otros que sólo ven en este arte a una banda de sanguinarios ultramontanos.. Tuve la fortuna gigante de disfrutar de tardes buenas con Perico Beltrán, con Eduardo Arroyo, con mi padre, con Javier Villán… Ninguno sospechoso de alojar modales de caverna. Los últimos compases del siglo XX y los primeros años del XXI gozaban de tolerancia. Detractores los hubo siempre, bien está, incluso algunos sagaces y convincentes como Manuel Vicent. Pero existía aún respeto, cierto prestigio incluso en conocer bien la historia de la tauromaquia. Pero algo de esto cayó en desgracia. El puritanismo. La corrección política (¡correoso sintagma!). El todo contra todo. El tú allí y yo aquí. El ¡a por ellos! La extremaunción del misterio (culpa de tantos toreros). También el infantilismo y la ignorancia comunal hicieron su trabajo.. No habrá vuelta atrás. Las escenas de brutalidad asoman por igual en partidarios y en quienes no aceptan que esta es una expresión estética (prohibir sale caro). Más allá del ruido inducido hay momentos tan fuertes en la vida, yo no sé, en que aparece Morante (un suponer) y pone en su sitio la verdad. Esta verdad: a los toros no se va a votar ni hacer mitin de campaña, sino a que algo bestial acabe extrañamente en lo más bello.
Toros // elmundo