Sentado en una sala de su estudio en Londres y vestido con un jersey de cuello vuelto negro, un eternamente juvenil Norman Foster (Stockport, Inglaterra, 1935) saluda al otro lado de la pantalla. Hablamos con el arquitecto con ocasión del Premio ICON que acaba de aceptar: la guinda del pastel en una carrera que incluye el Pritzker, el Príncipe de Asturias, un título nobiliario —Baron Foster of Thames Bank— y que, sobre todo, ha dejado una huella indeleble en la arquitectura del último siglo. En el centro de su pensamiento está la firme creencia —quijotesca para los desencantados— en los ideales de progreso social y mejora del medio ambiente. Su última iniciativa, organizada desde su fundación madrileña, es el Norman Foster Institute, cuyo primer Programme on Sustainable Cities, un curso de un año para formar especialistas en ecología urbana desarrollado con la Universidad Autónoma, ha sido un éxito. “Estoy muy impresionado. Las tres ciudades implicadas en el proyecto [Atenas, San Marino y Bilbao] quieren continuar con los estudios que comenzamos. Y Atenas ha incorporado formalmente nuestro trabajo en su plan de acción climática. Veo claramente el éxito de equipos de profesionales del diseño urbano para enfrentarse a los retos del cambio climático”, afirma. Porque el nivel académico del curso y sus aspiraciones son elevadas, pero lo que Foster busca es acción. “Queremos influir en quienes se convertirán en líderes cívicos, ya sea desde la política, la industria o donde sea. Influir en la toma de decisiones para que esta se base en datos y no en prejuicios o en modelos caducados”.. Muchas medidas urbanas contra el cambio climático están siendo revertidas por formar parte de una supuesta agenda woke. ¿Se puede vencer la deriva anticientífica? Yo apuesto por la ciudad compacta, opuesta a la ciudad dispersa, y la evidencia está ahí: la ciudad compacta consume la mitad de energía que la dispersa, que devora la naturaleza y la biodiversidad. La ciudad compacta es más deseable para vivir. Favorece el ejercicio físico y la proximidad, dos elementos fundamentales para la longevidad. Y, si de lo que hablamos es de enfrentarnos a la politización de todo esto, la respuesta es salir a la calle. Sal de casa en el centro de Madrid y casi seguro tendrás restaurantes, galerías, colegios y oficinas a un paseo. En realidad, se trata de la ciudad tradicional.. Lo llaman cronourbanismo, la ciudad de los 15 minutos. Creo que parte del malentendido viene de cuando París, con la mejor intención, planteó la propuesta como una novedad. Esto no es nuevo. Lleva entre nosotros cientos de años.. ¿Por qué es un error venderlo como algo nuevo? Creo que no aprendemos de la historia. Hay tantas ciudades que tienen un centro estupendo, centros históricos y culturales, con vecindarios que funcionan perfectamente… y que luego, cuando se hacen planes de expansión de estas ciudades, en vez de replicar esos modelos, te encuentras con un montón de viviendas al final de una carretera y sin transporte público. Algo que, sorpresa, provoca problemas sociales. Y no es muy eficiente ecológicamente.. En los últimos cuatro años Madrid se ha puesto de moda, con todas sus ventajas e inconvenientes. Sobre todo en lo que se refiere al acceso a la vivienda. Las ciudades no son estáticas y el cambio, valga el tópico, es la única constante. Las ciudades reflejan las tendencias para bien y para mal. Es cíclico. En un mundo ideal, debería existir un liderazgo que responda a estos cambios y los optimice. Si Madrid estuviera en la situación opuesta, estaríamos teniendo la conversación contraria: qué hacer para que crezca y se desarrolle. Y qué deberían hacer las administraciones, que monitorizan el pulso de la ciudad, para responder de manera constructiva.. Una de las claves del urbanismo moderno es la respuesta al cambio climático. Queda muy reciente la tragedia de la dana. ¿Qué se puede hacer? Hay una pauta en las inundaciones. El cauce del Turia fue desviado por causa de la gran inundación de 1957, creando un gran pulmón verde en el centro urbano y librando a la ciudad, en este caso, de los efectos devastadores de la dana. Pero recuerdo escuchar a habitantes ancianos de los lugares más afectados decir que ya se sabía que aquellas zonas se podían inundar, por mucho que fuera ocasionalmente, o cada 50 años, y que se construyó allí de todas maneras. Ocurre de manera similar en Estados Unidos, donde las consecuencias de las inundaciones han sido mucho mayores por culpa de un desarrollo urbanístico sin precedentes que no ha tenido en cuenta las lecciones de la historia. El ADN de las ciudades, esa identidad que solemos dar por hecha, suele ser consecuencia de una crisis previa: en Londres, por ejemplo, las casas adosadas de ladrillo, las plazas públicas, todas esas cosas que identificamos tanto con la ciudad, son consecuencia del gran incendio que asoló la ciudad [en 1666], y fruto de la aplicación de las normas antiincendios que siguieron. El metro y las alcantarillas modernas vienen de la epidemia de cólera del siglo XIX.. “¿Que si sigo siendo optimista? ¡Absolutamente! Más que nunca”. ¿De modo que estamos ante una gran oportunidad? Sí. Yo solo digo que la historia de las ciudades es la historia de sus crisis, y esas crisis han proporcionado la oportunidad de aprender y asegurar el futuro.. Su último libro es una recopilación de sus fotografías desde los años sesenta. ¿Qué le despierta? Me pregunto qué me llevó a hacer tal o cual fotografía. Supongo que es un diario visual: pueden ser cosas totalmente ordinarias, como un edificio anónimo o un muro cubierto de hiedra, que son cosas que me producen mucha satisfacción. Te recuerdan, y en esto Madrid es un perfecto ejemplo, que la ciudad es una sucesión de edificios, algunos obras maestras y otros honrosamente comunes. También fotografío basura, o algo horrible que me recuerda la importancia del mantenimiento. O tal vez un picaporte, una catedral, un bar o un coche que es como una escultura. Vivimos en un mundo visual, y es fácil olvidarlo cuando hablamos de la inteligencia artificial, por ejemplo, porque no vemos los centros de datos que la hacen posible. Son ruidosos, son enormes y dejan huella en el paisaje. La realidad es el mundo físico, y nada es gratis. A veces tomo fotografías por eso, para acordarme de que todo tiene un coste ambiental.. Ese tema también lo tocó un colega suyo, Rem Koolhaas, en su exposición Countryside. El reto de reconocer y aprender a mirar aquello que llamamos campo, y donde colocamos todo lo que no queremos ver en la ciudad. Escribí sobre eso en el editorial del último número de Domus, que edité. Junto a otros colegas, llevo defendiendo las turbinas eólicas y los paneles solares desde los años sesenta. Pero me preocupa su impacto en el paisaje, como pude comprobar hace poco durante una visita a La Rioja: vi muchos campos arrasados por los molinos. La densidad de la energía nuclear, particularmente la última generación, es estadísticamente la más segura. Nadie ha muerto por culpa de residuos nucleares. Estadísticamente, la energía nuclear es incluso menos peligrosa que la solar o la eólica. Y cuando la comparas con los combustibles fósiles, la diferencia es abismal: 40.000 millones de toneladas de gases tóxicos invisibles contaminan la atmósfera, pero no se nos ocurre comparar el peligro de los residuos nucleares con las muertes que los combustibles fósiles provocan en el mundo, estimadas entre siete y 10 millones.. Respecto a los coches, leí que sobre todo importa el tamaño: tiene menor huella de carbono un coche pequeño de combustión que un todoterreno de lujo eléctrico. Hay modas. Hemos visto el ascenso de los SUV al igual que, como aludía en mi exposición del Guggenheim de Bilbao [Motion, 2022], hubo un momento en el que el Mini original y sus coetáneos retrataron la promesa del coche compacto. Las modas son un asunto paralelo. Al final, lo que importa es que las decisiones que tomes estén basadas en los datos.. “Quienes toman las decisiones necesitan estar mejor informados”. Por lo que dice, las medidas que se toman son simplistas y no muy eficientes. Quienes toman las decisiones necesitan estar mejor informados. Yo he ido mucho en tren por España. La alta velocidad ha facilitado la movilidad, obviamente esos trenes quitan mucha presión a los canales regionales. Pues ahí va el último Gobierno británico, que había heredado el proyecto de una línea de alta velocidad entre el sur, más rico, y el norte empobrecido. Incluso había un programa, Leveling Up, específicamente dedicado a suavizar ese desequilibrio… Y yo mismo pasé tiempo con un empresario norteamericano que estaba invirtiendo en un gran estadio en Birmingham, una ciudad en bancarrota, con la idea de que el ferrocarril atraería a gente de todo el país. Esto fue hace dos años. Pues bien, van y lo cancelan.. ¿Por qué? Buena pregunta, pero igual deberías hacérsela a ese Gobierno que, de hecho, ya no gobierna. Lo que quiero decir es que no hacen falta tantas carreteras, sino transporte público de calidad: España podría darle un par de lecciones al mundo sobre esto. No me extraña que China esté invirtiendo tanto [en infraestructura ferroviaria].. Una última pregunta. Hace cuatro años, cuando le entrevisté para el tema de portada del número de septiembre de ICON, mencionamos a Donald Trump y usted, con perspectiva histórica, lo calificó de anomalía. También se describió como optimista. ¿Lo sigue siendo? ¡Absolutamente! Más que nunca. ¡Ja, ja!. Seguir leyendo
Los premios ICON 2024 reconocen al arquitecto inglés por su esfuerzo en la formación de una nueva generación de líderes urbanos especialistas en sostenibilidad
Foster, traje verde inglés y optimismo a prueba de bombas.Yago Castromil. Sentado en una sala de su estudio en Londres y vestido con un jersey de cuello vuelto negro, un eternamente juvenil Norman Foster (Stockport, Inglaterra, 1935) saluda al otro lado de la pantalla. Hablamos con el arquitecto con ocasión del Premio ICON que acaba de aceptar: la guinda del pastel en una carrera que incluye el Pritzker, el Príncipe de Asturias, un título nobiliario —Baron Foster of Thames Bank— y que, sobre todo, ha dejado una huella indeleble en la arquitectura del último siglo. En el centro de su pensamiento está la firme creencia —quijotesca para los desencantados— en los ideales de progreso social y mejora del medio ambiente. Su última iniciativa, organizada desde su fundación madrileña, es el Norman Foster Institute, cuyo primer Programme on Sustainable Cities, un curso de un año para formar especialistas en ecología urbana desarrollado con la Universidad Autónoma, ha sido un éxito. “Estoy muy impresionado. Las tres ciudades implicadas en el proyecto [Atenas, San Marino y Bilbao] quieren continuar con los estudios que comenzamos. Y Atenas ha incorporado formalmente nuestro trabajo en su plan de acción climática. Veo claramente el éxito de equipos de profesionales del diseño urbano para enfrentarse a los retos del cambio climático”, afirma. Porque el nivel académico del curso y sus aspiraciones son elevadas, pero lo que Foster busca es acción. “Queremos influir en quienes se convertirán en líderes cívicos, ya sea desde la política, la industria o donde sea. Influir en la toma de decisiones para que esta se base en datos y no en prejuicios o en modelos caducados”.. Más información. Trenes que atraviesan edificios y ascensores con peaje: así es “la ciudad más loca del planeta”. Muchas medidas urbanas contra el cambio climático están siendo revertidas por formar parte de una supuesta agenda woke. ¿Se puede vencer la deriva anticientífica? Yo apuesto por la ciudad compacta, opuesta a la ciudad dispersa, y la evidencia está ahí: la ciudad compacta consume la mitad de energía que la dispersa, que devora la naturaleza y la biodiversidad. La ciudad compacta es más deseable para vivir. Favorece el ejercicio físico y la proximidad, dos elementos fundamentales para la longevidad. Y, si de lo que hablamos es de enfrentarnos a la politización de todo esto, la respuesta es salir a la calle. Sal de casa en el centro de Madrid y casi seguro tendrás restaurantes, galerías, colegios y oficinas a un paseo. En realidad, se trata de la ciudad tradicional.. Lo llaman cronourbanismo, la ciudad de los 15 minutos. Creo que parte del malentendido viene de cuando París, con la mejor intención, planteó la propuesta como una novedad. Esto no es nuevo. Lleva entre nosotros cientos de años.. ¿Por qué es un error venderlo como algo nuevo? Creo que no aprendemos de la historia. Hay tantas ciudades que tienen un centro estupendo, centros históricos y culturales, con vecindarios que funcionan perfectamente… y que luego, cuando se hacen planes de expansión de estas ciudades, en vez de replicar esos modelos, te encuentras con un montón de viviendas al final de una carretera y sin transporte público. Algo que, sorpresa, provoca problemas sociales. Y no es muy eficiente ecológicamente.. Norman Foster posa para ICON en un aula de su Fundación madrileña.Yago Castromil. En los últimos cuatro años Madrid se ha puesto de moda, con todas sus ventajas e inconvenientes. Sobre todo en lo que se refiere al acceso a la vivienda. Las ciudades no son estáticas y el cambio, valga el tópico, es la única constante. Las ciudades reflejan las tendencias para bien y para mal. Es cíclico. En un mundo ideal, debería existir un liderazgo que responda a estos cambios y los optimice. Si Madrid estuviera en la situación opuesta, estaríamos teniendo la conversación contraria: qué hacer para que crezca y se desarrolle. Y qué deberían hacer las administraciones, que monitorizan el pulso de la ciudad, para responder de manera constructiva.. Una de las claves del urbanismo moderno es la respuesta al cambio climático. Queda muy reciente la tragedia de la dana. ¿Qué se puede hacer? Hay una pauta en las inundaciones. El cauce del Turia fue desviado por causa de la gran inundación de 1957, creando un gran pulmón verde en el centro urbano y librando a la ciudad, en este caso, de los efectos devastadores de la dana. Pero recuerdo escuchar a habitantes ancianos de los lugares más afectados decir que ya se sabía que aquellas zonas se podían inundar, por mucho que fuera ocasionalmente, o cada 50 años, y que se construyó allí de todas maneras. Ocurre de manera similar en Estados Unidos, donde las consecuencias de las inundaciones han sido mucho mayores por culpa de un desarrollo urbanístico sin precedentes que no ha tenido en cuenta las lecciones de la historia. El ADN de las ciudades, esa identidad que solemos dar por hecha, suele ser consecuencia de una crisis previa: en Londres, por ejemplo, las casas adosadas de ladrillo, las plazas públicas, todas esas cosas que identificamos tanto con la ciudad, son consecuencia del gran incendio que asoló la ciudad [en 1666], y fruto de la aplicación de las normas antiincendios que siguieron. El metro y las alcantarillas modernas vienen de la epidemia de cólera del siglo XIX.. “¿Que si sigo siendo optimista? ¡Absolutamente! Más que nunca”. ¿De modo que estamos ante una gran oportunidad? Sí. Yo solo digo que la historia de las ciudades es la historia de sus crisis, y esas crisis han proporcionado la oportunidad de aprender y asegurar el futuro.. Su último libro es una recopilación de sus fotografías desde los años sesenta. ¿Qué le despierta? Me pregunto qué me llevó a hacer tal o cual fotografía. Supongo que es un diario visual: pueden ser cosas totalmente ordinarias, como un edificio anónimo o un muro cubierto de hiedra, que son cosas que me producen mucha satisfacción. Te recuerdan, y en esto Madrid es un perfecto ejemplo, que la ciudad es una sucesión de edificios, algunos obras maestras y otros honrosamente comunes. También fotografío basura, o algo horrible que me recuerda la importancia del mantenimiento. O tal vez un picaporte, una catedral, un bar o un coche que es como una escultura. Vivimos en un mundo visual, y es fácil olvidarlo cuando hablamos de la inteligencia artificial, por ejemplo, porque no vemos los centros de datos que la hacen posible. Son ruidosos, son enormes y dejan huella en el paisaje. La realidad es el mundo físico, y nada es gratis. A veces tomo fotografías por eso, para acordarme de que todo tiene un coste ambiental.. El arquitecto ha convertido un palacete diseñado por Joaquín Saldaña en 1912 en la sede de su Fundación. Yago Castromil. Ese tema también lo tocó un colega suyo, Rem Koolhaas, en su exposición Countryside. El reto de reconocer y aprender a mirar aquello que llamamos campo, y donde colocamos todo lo que no queremos ver en la ciudad. Escribí sobre eso en el editorial del último número de Domus, que edité. Junto a otros colegas, llevo defendiendo las turbinas eólicas y los paneles solares desde los años sesenta. Pero me preocupa su impacto en el paisaje, como pude comprobar hace poco durante una visita a La Rioja: vi muchos campos arrasados por los molinos. La densidad de la energía nuclear, particularmente la última generación, es estadísticamente la más segura. Nadie ha muerto por culpa de residuos nucleares. Estadísticamente, la energía nuclear es incluso menos peligrosa que la solar o la eólica. Y cuando la comparas con los combustibles fósiles, la diferencia es abismal: 40.000 millones de toneladas de gases tóxicos invisibles contaminan la atmósfera, pero no se nos ocurre comparar el peligro de los residuos nucleares con las muertes que los combustibles fósiles provocan en el mundo, estimadas entre siete y 10 millones.. En el texto de Domus, Foster habla de una nueva generación de microrreactores, o “baterías nucleares” desarrolladas con el MIT. Y compara la expansión de los campos de turbinas y placas solares con “la historia del leproso en la novela de Graham Greene [Un caso acabado, 1960]: le dicen que está curado cuando ya no le quedan miembros que cortar. No tiene brazos ni piernas, pero está curado”, explica el arquitecto. En su opinión, proteger la naturaleza a costa de la propia naturaleza no tiene sentido, “por muy buenas intenciones que tengamos”. La problemática incluye el coche eléctrico. “Depende de la estimación que uses, entre el 65 y el 85% de la electricidad mundial la generan combustibles fósiles, y la generada por renovables necesitan apoyo de los combustibles fósiles. Ahora mismo, la batería de tu coche eléctrico es igual al depósito de gasolina: si estás usando electricidad sucia, tienes un coche sucio. Según de donde venga su electricidad, necesitarás conducir tu coche entre 30 y 80.000 kilómetros para que llegue a ser neutro”.. Respecto a los coches, leí que sobre todo importa el tamaño: tiene menor huella de carbono un coche pequeño de combustión que un todoterreno de lujo eléctrico. Hay modas. Hemos visto el ascenso de los SUV al igual que, como aludía en mi exposición del Guggenheim de Bilbao [Motion, 2022], hubo un momento en el que el Mini original y sus coetáneos retrataron la promesa del coche compacto. Las modas son un asunto paralelo. Al final, lo que importa es que las decisiones que tomes estén basadas en los datos.. “Quienes toman las decisiones necesitan estar mejor informados”. Por lo que dice, las medidas que se toman son simplistas y no muy eficientes. Quienes toman las decisiones necesitan estar mejor informados. Yo he ido mucho en tren por España. La alta velocidad ha facilitado la movilidad, obviamente esos trenes quitan mucha presión a los canales regionales. Pues ahí va el último Gobierno británico, que había heredado el proyecto de una línea de alta velocidad entre el sur, más rico, y el norte empobrecido. Incluso había un programa, Leveling Up, específicamente dedicado a suavizar ese desequilibrio… Y yo mismo pasé tiempo con un empresario norteamericano que estaba invirtiendo en un gran estadio en Birmingham, una ciudad en bancarrota, con la idea de que el ferrocarril atraería a gente de todo el país. Esto fue hace dos años. Pues bien, van y lo cancelan.. ¿Por qué? Buena pregunta, pero igual deberías hacérsela a ese Gobierno que, de hecho, ya no gobierna. Lo que quiero decir es que no hacen falta tantas carreteras, sino transporte público de calidad: España podría darle un par de lecciones al mundo sobre esto. No me extraña que China esté invirtiendo tanto [en infraestructura ferroviaria].. Una última pregunta. Hace cuatro años, cuando le entrevisté para el tema de portada del número de septiembre de ICON, mencionamos a Donald Trump y usted, con perspectiva histórica, lo calificó de anomalía. También se describió como optimista. ¿Lo sigue siendo? ¡Absolutamente! Más que nunca. ¡Ja, ja!
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