El Palacio Real alberga 182.000 expedientes de familias desesperadas que recurrieron al rey español para localizar a seres queridos en el conflicto europeo. Patrimonio Nacional ultima un portal que permitirá el acceso a esta ingente documentación
Todo comenzó cuando Europa estaba anegada por la sangre de miles de jóvenes soldados caídos en los inicios de la I Guerra Mundial. Un día de la primavera de 1915 llegó al Palacio Real de Madrid una carta desde Burdeos (Francia) cuyo destinatario era el rey Alfonso XIII. En ella, una mujer francesa pedía ayuda al monarca español para encontrar a su marido, desaparecido tras la batalla de Charleroi, sucedida a finales de agosto de 1914 y en la que murieron unos 40.000 militares entre franceses y alemanes. “Las gestiones de la Embajada española en Berlín permitieron localizar a este hombre, que estaba prisionero”, dice el director del Archivo General de Palacio, Juan José Alonso, en su despacho en el Palacio Real. El 19 de junio de 1915 se publicó un breve en un periódico francés que decía: ‘Gracias al rey de España, una girondina encuentra a su marido’. “La noticia saltó a la prensa regional gala y de ahí a la inglesa y la alemana”, añade Alonso.
Tras la notoriedad de este caso, empezaron a recibirse más y más misivas. Como la de Anna Koster, hermana del soldado alemán Franz Koster, del que no había noticias desde noviembre de 1914, tras la primera batalla de Ypres. Anna escribió que sus padres estaban enfermos “por la dolorosa pérdida”, pero que, enterados de que el rey de España buscaba soldados desaparecidos, se había abierto en sus vidas “un rayo de esperanza”. Sin embargo, las pesquisas cerraron el expediente con un “No hallado”.
“Le imploro escuche las palabras dolientes de un padre desconsolado”; “El abajo firmante, desesperado padre, se dirige a Su Majestad”; “Permítame que una pobre mujer húngara desesperada le solicite que interceda como benefactor en las más altas instancias”; “¡Era mi único hijo, mi única esperanza, mi único consuelo, mi apoyo en la vejez!”. Así hasta 182.868 expedientes alberga este archivo: 110.000 de soldados, de los que se localizaron vivos a 4.528.
Una documentación que estuvo en más de 4.000 cajas durante décadas. Tras una hercúlea labor de catalogación y digitalización, se puede consultar en la dirección archivos.patrimonionacional.es, que se presentará a comienzos de año por Patrimonio Nacional y avanza EL PAÍS. Ahí se pueden localizar personas, batallas, países, instituciones… son más de 300.000 registros, que permiten saber lo que sucedió con cada uno de ellos gracias a que están interrelacionados. Un adelanto de esto se vio en una exposición celebrada en el Palacio Real en 2018, que recibió casi 300.000 visitantes.
La Gran Guerra había comenzado el 28 de julio de 1914 y España se había declarado neutral, “aunque el rey tenía la intención de una neutralidad activa para recomponer la imagen del país tras el Desastre del 98″, apunta Alonso. El historiador Javier Moreno Luzón, de visita en el Archivo, explica que “Alfonso XIII había seguido una política de acercamiento a Reino Unido y Francia, era aliadófilo cuando estalló el conflicto”. “Lo natural habría sido que España entrase en guerra, el rey estaba por ello, pero el entonces presidente del Consejo de Ministros, Eduardo Dato, le disuadió porque le advirtió de que el Ejército no estaba preparado y que la opinión pública no lo apoyaría”. La propia situación personal del monarca era difícil: su madre era austriaca y su esposa, inglesa.
Moreno Luzón detalla que conforme avanzó la guerra, “aumentó la presión de ambos bandos para que España, que se había convertido en un nido de espías, favoreciese sus intereses”. “Las exportaciones, en su mayoría, iban a los aliados, por ello, en 1917, los submarinos alemanes hundieron varios barcos mercantes españoles. Los aliadófilos en España pidieron que se rompieran relaciones con Alemania, a lo que el rey se negó”. Este historiador, autor de la biografía Alfonso XIII. El rey patriota (Galaxia Gutenberg, 2023), por la que ha ganado este año el Premio Nacional de Historia, añade que “pese a los ataques alemanes, el rey se convenció de que había que mantener la neutralidad a ultranza”. Tenía en mente lo sucedido en Rusia, pensaba que “si España entraba en guerra, también podría estallar aquí una revolución”.
Mientras, el número de cartas (llegarían desde más de cincuenta países) aumentó hasta el punto de que en la Secretaría particular del Rey, donde había seis empleados, se creó la Oficina de la Guerra Europea. “En 1917 llegó a haber 47 personas en la Oficina. Los contratados debían tener estudios e idiomas porque las cartas estaban en inglés, francés, italiano, alemán, húngaro y ruso”, explica Alonso, que se detiene en los estilos de la correspondencia: “Los franceses eran los más sentimentales, los británicos, los que daban más datos, y los alemanes, los más austeros”. La documentación más numerosa corresponde a los casi 98.000 expedientes de militares de Francia y Bélgica. Le siguen los del Imperio Alemán, 10.441.
Estas cartas “eran el clavo ardiendo” al que se agarraban los familiares. “Normalmente, las autoridades de su país les habían dicho que su ser querido había muerto o desaparecido. Este último caso era problemático porque las esposas no se podían volver a casar, ni la familia recibir ayudas si no se certificaba el fallecimiento. Así que recurrían al rey de España”.
¿Qué se hacía con las cartas recibidas? “Se trasladaban los datos a unas fichas que se enviaban a las Embajadas españolas del país enemigo de la persona que se buscaba. Los funcionarios españoles consultaban las listas oficiales de prisioneros y desaparecidos y las de la Cruz Roja. La ficha se devolvía a España con el resultado de las investigaciones y se contestaba al interesado”.
El director del archivo recuerda varios de esos expedientes. “Hay una carta de una francesa que, aunque le habían comunicado que su marido había fallecido en la batalla de Verdún [la más larga de la guerra], recurrió al rey porque un compañero del regimiento de su esposo le había dicho que había caído herido en la zona entre trincheras, donde era muy difícil encontrar a los soldados”. Esta mujer se “creó la historia de que su marido se había dado un golpe en la cabeza y perdido la memoria, así que envió la carta con varias fotos y aseguraba que cuando él las viera, recordaría todo”.
También está el terrible caso de una belga de Aarschot, que contaba en agosto de 1916 que a su esposo lo habían torturado y asesinado los alemanes, además de haber incendiado su casa. Ella pedía ayuda para encontrar a dos de sus hijos, que estaban en el frente. El tercero había vuelto a casa, pero mutilado. La madre clamaba si no había “pagado ya suficiente tributo en esta horrible guerra”. Se le contestó que uno de los dos hijos no había sido hallado, pero el otro sí, y “bien de salud”. Son cartas en las que se palpa “la monstruosidad de una guerra que la gente no entendía”, apunta Alonso, con bombardeos sobre la población civil, destrucción de pueblos enteros o uso de armas químicas.
A medida que avanzó la contienda llegaron también solicitudes de civiles y el archivo amplió su casuística: peticiones de indulto para conmutar penas de muerte, como sucedió con los llamados “16 de Banja Luka” (ciudad bosnia donde hoy hay una calle en honor a Alfonso XIII). Fueron condenados a muerte por su supuesta implicación en el asesinato del archiduque austriaco Francisco Fernando, heredero de la corona, en el atentado que desató el conflicto. La mediación del rey logró su indulto.
No fueron solo peticiones de personas anónimas. El compositor italiano Giacomo Puccini solicitó ayuda para repatriar a un sobrino y a un amigo de este; el bailarín Vaslav Nijinski y el pianista Arthur Rubinstein escribieron para que se les facilitasen permisos para ir de gira a América, y Miguel de Unamuno se interesó por un francés, “del que se desconoce qué conexión tenía con él”.
En el archivo hay unas 5.000 fotografías del conflicto publicadas en la prensa, en su mayoría alemanas. Son imágenes de propaganda, que mostraban el poderío industrial germano, al káiser visitando a los prisioneros o los horrores de la guerra… cometidos por el enemigo, los franceses.
La Oficina de la Guerra Europea funcionó hasta 1923 (la contienda había terminado el 11 de noviembre de 1918). Alfonso XIII fue propuesto al Premio Nobel de la Paz en 1917, que se llevó finalmente el Comité Internacional de la Cruz Roja. Lo que sí logró fue un fervoroso recibimiento en sus visitas por varios países.
Cartas aparte, durante la guerra se organizaron “visitas de personal militar y diplomático español a los campos de prisioneros”, señala el subdirector del Archivo General de Palacio, Javier Fernández. “Era una obligación de los países neutrales defender los intereses de naciones que se les habían asignado en territorio enemigo de estas. Así, en Alemania, España lo hizo con soldados de Francia, Japón y EE UU, por ejemplo, para comprobar si se cumplían las convenciones internacionales sobre guerra”. Los enviados inspeccionaban “la alimentación, los castigos, si se respetaba el culto religioso, si podían hacer deporte…”.
De estas visitas se elaboraron informes remitidos a Alfonso XIII y a los Gobiernos de los países afectados. “Solo de la Embajada de Berlín tenemos 2.600, que recogen 4.540 quejas de prisioneros”. Fernández cuenta cómo esos documentos describían la vida en los campamentos. Desde los que eran algo más humanos, “para oficiales”, en los que había hasta tiempo de ocio; “en uno inglés, en Alemania, llegaron a representar Los intereses creados, de Jacinto Benavente”. A la cara más horrenda, las fotos de prisioneros italianos famélicos “en un campamento austriaco en el que murieron unos 4.000 de hambre″.
Babelia
Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
EL PAÍS
Todo comenzó cuando Europa estaba anegada por la sangre de miles de jóvenes soldados caídos en los inicios de la I Guerra Mundial. Un día de la primavera de 1915 llegó al Palacio Real de Madrid una carta desde Burdeos (Francia) cuyo destinatario era el rey Alfonso XIII. En ella, una mujer francesa pedía ayuda al monarca español para encontrar a su marido, desaparecido tras la batalla de Charleroi, sucedida a finales de agosto de 1914 y en la que murieron unos 40.000 militares entre franceses y alemanes. “Las gestiones de la Embajada española en Berlín permitieron localizar a este hombre, que estaba prisionero”, dice el director del Archivo General de Palacio, Juan José Alonso, en su despacho en el Palacio Real. El 19 de junio de 1915 se publicó un breve en un periódico francés que decía: ‘Gracias al rey de España, una girondina encuentra a su marido’. “La noticia saltó a la prensa regional gala y de ahí a la inglesa y la alemana”, añade Alonso.. Tras la notoriedad de este caso, empezaron a recibirse más y más misivas. Como la de Anna Koster, hermana del soldado alemán Franz Koster, del que no había noticias desde noviembre de 1914, tras la primera batalla de Ypres. Anna escribió que sus padres estaban enfermos “por la dolorosa pérdida”, pero que, enterados de que el rey de España buscaba soldados desaparecidos, se había abierto en sus vidas “un rayo de esperanza”. Sin embargo, las pesquisas cerraron el expediente con un “No hallado”.. “Le imploro escuche las palabras dolientes de un padre desconsolado”; “El abajo firmante, desesperado padre, se dirige a Su Majestad”; “Permítame que una pobre mujer húngara desesperada le solicite que interceda como benefactor en las más altas instancias”; “¡Era mi único hijo, mi única esperanza, mi único consuelo, mi apoyo en la vejez!”. Así hasta 182.868 expedientes alberga este archivo: 110.000 de soldados, de los que se localizaron vivos a 4.528.. Una documentación que estuvo en más de 4.000 cajas durante décadas. Tras una hercúlea labor de catalogación y digitalización, se puede consultar en la dirección archivos.patrimonionacional.es, que se presentará a comienzos de año por Patrimonio Nacional y avanza EL PAÍS. Ahí se pueden localizar personas, batallas, países, instituciones… son más de 300.000 registros, que permiten saber lo que sucedió con cada uno de ellos gracias a que están interrelacionados. Un adelanto de esto se vio en una exposición celebrada en el Palacio Real en 2018, que recibió casi 300.000 visitantes.. La Gran Guerra había comenzado el 28 de julio de 1914 y España se había declarado neutral, “aunque el rey tenía la intención de una neutralidad activa para recomponer la imagen del país tras el Desastre del 98″, apunta Alonso. El historiador Javier Moreno Luzón, de visita en el Archivo, explica que “Alfonso XIII había seguido una política de acercamiento a Reino Unido y Francia, era aliadófilo cuando estalló el conflicto”. “Lo natural habría sido que España entrase en guerra, el rey estaba por ello, pero el entonces presidente del Consejo de Ministros, Eduardo Dato, le disuadió porque le advirtió de que el Ejército no estaba preparado y que la opinión pública no lo apoyaría”. La propia situación personal del monarca era difícil: su madre era austriaca y su esposa, inglesa.. Moreno Luzón detalla que conforme avanzó la guerra, “aumentó la presión de ambos bandos para que España, que se había convertido en un nido de espías, favoreciese sus intereses”. “Las exportaciones, en su mayoría, iban a los aliados, por ello, en 1917, los submarinos alemanes hundieron varios barcos mercantes españoles. Los aliadófilos en España pidieron que se rompieran relaciones con Alemania, a lo que el rey se negó”. Este historiador, autor de la biografía Alfonso XIII. El rey patriota (Galaxia Gutenberg, 2023), por la que ha ganado este año el Premio Nacional de Historia, añade que “pese a los ataques alemanes, el rey se convenció de que había que mantener la neutralidad a ultranza”. Tenía en mente lo sucedido en Rusia, pensaba que “si España entraba en guerra, también podría estallar aquí una revolución”.. Mientras, el número de cartas (llegarían desde más de cincuenta países) aumentó hasta el punto de que en la Secretaría particular del Rey, donde había seis empleados, se creó la Oficina de la Guerra Europea. “En 1917 llegó a haber 47 personas en la Oficina. Los contratados debían tener estudios e idiomas porque las cartas estaban en inglés, francés, italiano, alemán, húngaro y ruso”, explica Alonso, que se detiene en los estilos de la correspondencia: “Los franceses eran los más sentimentales, los británicos, los que daban más datos, y los alemanes, los más austeros”. La documentación más numerosa corresponde a los casi 98.000 expedientes de militares de Francia y Bélgica. Le siguen los del Imperio Alemán, 10.441.. Estas cartas “eran el clavo ardiendo” al que se agarraban los familiares. “Normalmente, las autoridades de su país les habían dicho que su ser querido había muerto o desaparecido. Este último caso era problemático porque las esposas no se podían volver a casar, ni la familia recibir ayudas si no se certificaba el fallecimiento. Así que recurrían al rey de España”.. ¿Qué se hacía con las cartas recibidas? “Se trasladaban los datos a unas fichas que se enviaban a las Embajadas españolas del país enemigo de la persona que se buscaba. Los funcionarios españoles consultaban las listas oficiales de prisioneros y desaparecidos y las de la Cruz Roja. La ficha se devolvía a España con el resultado de las investigaciones y se contestaba al interesado”.. El director del archivo recuerda varios de esos expedientes. “Hay una carta de una francesa que, aunque le habían comunicado que su marido había fallecido en la batalla de Verdún [la más larga de la guerra], recurrió al rey porque un compañero del regimiento de su esposo le había dicho que había caído herido en la zona entre trincheras, donde era muy difícil encontrar a los soldados”. Esta mujer se “creó la historia de que su marido se había dado un golpe en la cabeza y perdido la memoria, así que envió la carta con varias fotos y aseguraba que cuando él las viera, recordaría todo”.. También está el terrible caso de una belga de Aarschot, que contaba en agosto de 1916 que a su esposo lo habían torturado y asesinado los alemanes, además de haber incendiado su casa. Ella pedía ayuda para encontrar a dos de sus hijos, que estaban en el frente. El tercero había vuelto a casa, pero mutilado. La madre clamaba si no había “pagado ya suficiente tributo en esta horrible guerra”. Se le contestó que uno de los dos hijos no había sido hallado, pero el otro sí, y “bien de salud”. Son cartas en las que se palpa “la monstruosidad de una guerra que la gente no entendía”, apunta Alonso, con bombardeos sobre la población civil, destrucción de pueblos enteros o uso de armas químicas.. A medida que avanzó la contienda llegaron también solicitudes de civiles y el archivo amplió su casuística: peticiones de indulto para conmutar penas de muerte, como sucedió con los llamados “16 de Banja Luka” (ciudad bosnia donde hoy hay una calle en honor a Alfonso XIII). Fueron condenados a muerte por su supuesta implicación en el asesinato del archiduque austriaco Francisco Fernando, heredero de la corona, en el atentado que desató el conflicto. La mediación del rey logró su indulto.. No fueron solo peticiones de personas anónimas. El compositor italiano Giacomo Puccini solicitó ayuda para repatriar a un sobrino y a un amigo de este; el bailarín Vaslav Nijinski y el pianista Arthur Rubinstein escribieron para que se les facilitasen permisos para ir de gira a América, y Miguel de Unamuno se interesó por un francés, “del que se desconoce qué conexión tenía con él”.. En el archivo hay unas 5.000 fotografías del conflicto publicadas en la prensa, en su mayoría alemanas. Son imágenes de propaganda, que mostraban el poderío industrial germano, al káiser visitando a los prisioneros o los horrores de la guerra… cometidos por el enemigo, los franceses.. La Oficina de la Guerra Europea funcionó hasta 1923 (la contienda había terminado el 11 de noviembre de 1918). Alfonso XIII fue propuesto al Premio Nobel de la Paz en 1917, que se llevó finalmente el Comité Internacional de la Cruz Roja. Lo que sí logró fue un fervoroso recibimiento en sus visitas por varios países.. Cartas aparte, durante la guerra se organizaron “visitas de personal militar y diplomático español a los campos de prisioneros”, señala el subdirector del Archivo General de Palacio, Javier Fernández. “Era una obligación de los países neutrales defender los intereses de naciones que se les habían asignado en territorio enemigo de estas. Así, en Alemania, España lo hizo con soldados de Francia, Japón y EE UU, por ejemplo, para comprobar si se cumplían las convenciones internacionales sobre guerra”. Los enviados inspeccionaban “la alimentación, los castigos, si se respetaba el culto religioso, si podían hacer deporte…”.. De estas visitas se elaboraron informes remitidos a Alfonso XIII y a los Gobiernos de los países afectados. “Solo de la Embajada de Berlín tenemos 2.600, que recogen 4.540 quejas de prisioneros”. Fernández cuenta cómo esos documentos describían la vida en los campamentos. Desde los que eran algo más humanos, “para oficiales”, en los que había hasta tiempo de ocio; “en uno inglés, en Alemania, llegaron a representar Los intereses creados, de Jacinto Benavente”. A la cara más horrenda, las fotos de prisioneros italianos famélicos “en un campamento austriaco en el que murieron unos 4.000 de hambre″.. Seguir leyendo