Morante de la Puebla suele abrir un túnel del tiempo en sus tardes, y con este festival que abandera lo ha vuelto a hacer. La nostalgia se ha colado en tromba. Leer
Morante de la Puebla suele abrir un túnel del tiempo en sus tardes, y con este festival que abandera lo ha vuelto a hacer. La nostalgia se ha colado en tromba. Leer
La cosa más absolutamente deslumbrante del festival de Antoñete consiste en el descubrimiento para las nuevas generaciones de Curro Vázquez y César Rincón. Lo venía pensando cuando Silvia Lorenzo, joven promesa del periodismo, reafirmó la idea: «El festival me hace especial ilusión porque no he visto torear en directo ni a Curro ni a Rincón». Esto es muy emocionante. Morante de la Puebla suele abrir un túnel del tiempo en sus tardes, y con este festival que abandera lo ha vuelto a hacer. La nostalgia se ha colado en tromba.. La escultura de Chenel que ha encargado tiene un pitillo en su mano. Algunas tardes todavía se lo enciende. Hay personajes inseparables del tabaco aun en estos tiempos de cancelación. No se entendería a Antonio, el torero del mechón blanco y los pulmones negros, sin el cigarrito. En la angustiosa espera del portón de cuadrillas de Madrid, entre toro y toro, entre mujer y mujer, entre copa y copa, entre burlanga y burlanga. Para todo había dado la vida de Antoñete hasta Karina, el puerto de atraque último de un barco que en la cresta de la ola duraba un suspiro para bajar a la playa de la melancolía, y la bohemia, y el olvido.. «Antoñete apenas había conocido la fortuna, conoció famas efímeras y ni siquiera podía aspirar a la gloria. No era imputable al toro, ni a su arte, ni a su valor, ni a la suerte repartida caprichosamente en el ruedo. El mal estaba dentro de su cuerpo», escribió José Carlos Arévalo, sabedor de los huesos de cristal de Antonio, la estructura descalcificada que se partía en cada golpe, como la muñeca en Fréjus (Francia). De ella caía la ceniza con el antebrazo izquierdo apoyado en el volante del Peugeot que volaba a 200 km/h con una bombona de oxígeno en el maletero camino de la feria de Castellón, y yo pensaba en el privilegio morir así, y con el hilo de la voz de Búfalo a Juncal sólo atinaba a decir: «Maestro». Y el maestro se partía de risa.. La religión del antoñetismo quedó revelada definitivamente desde el monte de Las Ventas del Espíritu Santo en los 80: «En verdad os digo…» Antoñete volvió a su casa, su plaza, su ciudad, en 1981 desde el exilio en Venezuela. Traía un hatillo sencillo, la madurez de la cincuentena vivida, fumada y noctámbula, la torería añeja y la sabiduría sepia de toros y terrenos macerada en la barrica de la derrota. Vuelta a lo clásico, al tronco de empaque de Rafael Ortega.. Chenel no toreaba como toreó en los 50, 60 y 70. El toro era otro, las facultades también y el secreto de la geometría y la colocación fueron vitales. Redescubrió a los públicos las distancias, el toreo. Como, de otro modo, lo hace Morante de la Puebla. Lo dice César Rincón, no yo: «Morante es ahora el espejo que Antoñete fue para otras generaciones». Y Morante nos devuelve de una tacada a Curro Vázquez y a Rincón. Qué emocionante.
Toros // elmundo