La publicación ‘Estampa’ de Madrid y el periódico ‘La Nación’ de Buenos Aires lanzaron entre julio y diciembre de 1935 un total de veinticinco episodios que se transformaron en la obra esencial sobre el mundo de los toros.
La publicación ‘Estampa’ de Madrid y el periódico ‘La Nación’ de Buenos Aires lanzaron entre julio y diciembre de 1935 un total de veinticinco episodios que se transformaron en la obra esencial sobre el mundo de los toros.
La revista madrileña ‘Estampa’ y el diario ‘La Nación’ de Buenos Aires publicaron entre julio y diciembre de 1935 las veinticinco entregas de lo que se convirtió en una de las ‘biblias’ del belmontismo y de la literatura taurina, el ‘Juan Belmonte, matador de toros’ del periodista Manuel Chaves Nogales, reeditado en su noventa cumpleaños por Almuzara con las ilustraciones originales de Andrés Martínez de León y Salvador Bartolozzi.
El ‘Juan Belmonte’ de Chaves Nogales no es un libro de toros, o no sólo, es un torero que cuenta su vida y lo hace para con el tiempo consagrar un personaje y, paradójicamente, imponerse sobre el rey de los toreros y arquitecto del toreo moderno, José Gómez Ortega ‘Gallito’, a quien le faltó su ‘chavesnogales’ tras su muerte de dios joven en Talavera.
«Un personaje popular cuenta su vida y un buen escritor le da la forma literaria adecuada, no otra cosa hace el nuevo periodismo norteamericano, tanto si presenta a criminales (Truman Capote) como a deportistas (Gay Talese)«, afirma en el prólogo el enciclopedista Andrés Amorós sobre una obra escrita en primera persona: es Juan el que habla aunque Chaves pone mucho de su parte y recrea.
Chaves Nogales (1897-1944) y Juan Belmonte (1892-1962) eran casi coetáneos y, aunque el ya periodista de éxito no era aficionado a los toros, tampoco era refractario y fue el director de ‘Estampa’, Vicente Sánchez Ocaña, el que los puso en contacto para una serie folletinesca que se convirtió en referencia para taurinos y no taurinos, como bien señala Amorós.
Tan es así, que Amorós subraya lo sorprendente de que la biografía de un matador de toros se publicara ya en 1937 en Londres, Nueva York y Toronto, que lo tradujera al inglés el autor de ‘El Santo’, Leslie Charteris, y que en 1939 se hiciera una edición escolar para que los niños neoyorquinos aprendieran español en los colegios.
‘Atrae, sin duda, a cualquier lector, sea o no taurino’, señala Amorós sobre una biografía que ‘puede compararse, por su interés y atractivo, a las mejores de Stefan Zweig, de cuyo ‘Fouché’ dice, como ejemplo, que ‘resulta fascinante incluso para los que no están interesados en las consecuencias de la Revolución Francesa’.
La niñez de un niño pobre en una Sevilla finisecular, las andanzas de la pandilla de anarquistas del Altozano, subyugados por la heterodoxia de Antonio Montes y que toreaban de noche en la dehesa de Tablada, la consagración, el Pasmo que le dio apodo por el que causó su revolución, su competencia con Joselito hasta su muerte, el dinero, el éxito, las mujeres, el cansancio, los públicos o el miedo -‘el día que se torea crece más la barba. Es el miedo’-.
Todo lo recoge Chaves con precisión de relojero, como hizo con el exilio zarista en París -‘Lo que ha quedado del imperio de los zares’-, las convulsiones de la II República y la Guerra Civil -‘A sangre y fuego’- que le llevaron al exilio en París y Londres. donde murió, la Europa de Entreguerras o las peripecias del bailarín Juan Martínez y su Sole entre la Rusia roja y la blanca.
Belmonte y Gallito, Juan y José, son la Edad de Oro del toreo hasta que el más chico de los Gallo muere en Talavera de la Reina en 1920 y deja solo al de Triana, entonces y toda su vida con el recuerdo del gigante de Gelves, lo que hizo que se retirara de los ruedos en 1927 a los 35 años, volviera en 1934 y se retirara definitivamente un año después.
‘Pequeño, feo, desgarbado y, si se me apura mucho, ridículo. Pues bien, coloquemos a Juan ante el toro, ante la muerte y se convierte en la misma estatua de Apolo’, quintaesenció la revolución belmontina Valle-Inclán, a quien el Pasmo, cuando oyó que sólo le hacía falta morir en la plaza, le contestó a Don Ramón que ‘se hará lo que se pueda’, no en balde el ‘papa’ Guerrita había dicho que había que darse prisa para verlo «antes de que lo matara un toro».
Vivió, no obstante, Juan Belmonte hasta los setenta, cuando se suicidó por el miedo a la vejez y la enfermedad que se había llevado a su amigo Julio Camba como le había confesado a su amigo el dibujante Andrés Martínez de León pocos días antes de dispararse un tiro tras acosar a caballo y quedarse en la soledad de su cortijo de Gómez Cardeña, en su despacho al atardecer, a ‘la hora de Belmonte’ de la que habló Gregorio Corrochano.
El suicidio de Ernest Hemingway se le quedó fijo y las penosas claudicaciones físicas de Camba lo decidieron porque, con Gallito muerto como un héroe y él vivo, como recordó el artista de Coria del Río, la solución era «el tiro de un revólver, como de juguete, que siempre le acompañaba, en el bolsillo» y, reproduciendo el tartamudeo de su amigo, «‘er’ tiro y ‘er’ montoncito de tierra, ‘er’ montoncito».
«Ni amores contrariados, ni absurdos problemas económicos. Juan se ha negado a pararle, aguantarle y mandarle al último toro de su vida: al de la vejez. No ha querido que este toro último lo zarandee y ponga en ridículo y ha dado la espantá (la única de su vida)», detalla el artista, periodista gráfico y partidario y amigo personal del trianero.
El día de su muerte, «se vistió Juan de corto» y, antes de oír Misa y volver al campo, «muy de mañana, fue a Triana, para entregarle a su novia (su amor otoñal, Enriqueta) un fajo de billetes: ‘Ahí tienes 450.000 pesetas -le dijo-. Si de aquí a Semana Santa no te las pido, quédate con ellas. Son para ti», recuerda el artista coriano.
«Al entierro no fue mucha gente. A sus funerales, nadie. La Iglesia pasó por alto el suicidio. A muchos les pareció, el acto de Juan, una cobardía; a otros, un acto de entereza, digno de Belmonte. La gente joven no se emocionó: siguió hablando de fútbol», lamentó Martínez de León como recoge Amorós en el prólogo de la ‘biblia’ de Juan, la que no tuvo José.
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