Comprar arte no suele ser barato, aunque eso también depende de dónde se haga. Al visitante de ARCO, la feria de arte contemporáneo cuya última edición tuvo lugar la semana pasada en Madrid, una obra de un mismo artista le salía bastante más cara si la adquiría en el estand de una galería española que si optaba por una francesa o alemana. Esto se debe a que en España a las compraventas de arte a través de galería se les aplica un tipo de IVA del 21%, mientras que en Alemania les corresponde el 7% y en Francia (desde el 1 de enero de este año) el 5,5%.. El pasado miércoles por la mañana, durante la inauguración de la feria, las galerías españolas realizaron un breve apagón en sus estands para llamar la atención sobre este hecho y solicitar la aplicación de un tipo de IVA reducido a las compraventas de arte en nuestro país. Para ellas, esto dinamizaría un sector que no solo incluye artistas y galerías, “también montadores, transportistas, enmarcadores, críticos, comisarios, fotógrafos, pequeños talleres, imprentas y, sobre todo, el pequeño y mediano comprador, más del 70% de nuestro público”, según rezaba la nota de prensa emitida por el Consorcio de Galerías de Arte Contemporáneo, que convocaba la acción.. Idoia Fernández, presidenta del Consorcio (que agrupa 120 galerías), y que junto a su hermana Nerea dirige la sala NF/Nieves Fernández de Madrid, encuentra otras contradicciones en esta situación: “En España, las entradas de ópera tienen un tipo reducido de IVA del 10%, igual que un concierto de Taylor Swift. Lo mismo pasa con una superproducción de Hollywood, un cine que no necesita especial protección, pero tiene el mismo tipo de una producción independiente. Y en ninguno de estos casos sabemos quién es el espectador. Ya no trato de convencer a nadie de que no todos los que compran arte son ricos, que evidentemente no es así. Pero es que tampoco se distingue si quien va al cine es una persona que llega justa a fin de mes o Amancio Ortega. Mientras que, cuando llegamos a las artes visuales, se asume que todos los compradores tienen mucho dinero y se meten en una misma categoría”.. Otra de las participantes en ARCO es Thaddaeus Ropac, galería con sedes en París, Londres, Salzburgo, Milán y Seúl. Su director en París (donde tiene dos ubicaciones) es el español José Castañal, que incide en cómo en los últimos tiempos la capital francesa ha recuperado el estatus de centro del arte europeo tomando el relevo de Londres, que está perdiendo posiciones debido al Brexit y a las nuevas condiciones fiscales. “Muchas galerías internacionales, cuando abren nuevas sedes en Europa, deciden hacerlo en París”, afirma Castañal. “Creo que en España ocurriría lo mismo si se equiparara el IVA, y eso sería bueno para los artistas españoles, porque lo primero que hacen esas galerías es buscar nombres locales para ficharlos y empezar a exponerlos internacionalmente”. También considera que existe un elemento cultural que no debe pasarse por alto: “Nosotros, un sábado cualquiera, tenemos 600 visitas en la galería del Marais [barrio del centro de País], que pueden llegar a 900 si se trata de un gran artista internacional”.. En cambio, Idoia Fernández cifra en unos 10 o 15 los visitantes que recibe cualquier sábado en su galería de Madrid, días de inauguración aparte. Para ella, la consideración que el arte y la cultura tienen en España es muy distinta que en Francia, lo que propicia este tipo de situaciones: “Francia tiene un sistema de difusión del arte concebido como una red que llega a todos los extremos y cubre todo el país, a través de los FRAC [Fondos Regionales de Arte Contemporáneo], que compran muchas obras y hacen exposiciones itinerantes para apoyar a sus artistas. Algo así como La Barraca con el teatro durante la República española. Además, existen otros fondos más centralizados que compran miles de obras cada año. Todas esas redes no las tenemos en España. Y me parece sangrante la diferencia de consideración que hay en nuestro país, que en cambio tiene una tradición de artes visuales tan potente”.. Es cierto que en Francia la cultura en general, y el arte en particular, poseen una consideración social bastante distinta que en España. Como muestra, sin salir de ARCO, los titulares que por lo general dedica la prensa generalista española –secciones de Cultura incluidas– a nuestra principal feria de arte contemporáneo aún tienen que ver sobre todo con el agotado fenómeno de las “piezas escándalo”, como si por sí mismo el arte no pudiera constituir material periodístico digno de ser difundido. En Francia, su equivalente, Art Basel Paris, genera más bien titulares que tienen que ver con el mercado (algo lógico, tratándose de una feria comercial) o con la relevancia del arte contemporáneo. El argumento de la “pieza escándalo” anual no existe.. Puede argumentarse que la tradición francesa del apoyo institucional a la cultura viene de largo. El monarca absolutista Luis XIV, que reinó durante 72 años entre los siglos XVII y XVIII, parecía particularmente obsesionado por controlar las expresiones artísticas y utilizarlas como instrumento propagandístico dentro y fuera del país. Desde la creación y protección de los centros artesanales hasta las Academias, su Estado utilizó múltiples instrumentos para favorecer determinadas formas de arte y a ciertos artistas. Después, una fortalecida cultura francesa se difundiría en toda Europa a través de la influencia de los autores de la Ilustración. El proyecto imperial de Napoleón incorporó en su ideario los principios ilustrados. En España, el levantamiento contra Napoleón se vio teñido de elementos antiliberales y antiintelectuales (“afrancesados” fue un término despectivo empleado contra los intelectuales españoles ilustrados por el bando “patriota”) como recogía, con humor negro, la secuencia inicial de la película de Luis Buñuel El fantasma de la libertad (1974), ambientada justamente en la España de las guerras napoleónicas: ante un pelotón de fusilamiento formado por soldados franceses, los ajusticiados, un grupo de rebeldes españoles, gritaban: “¡Vivan las cadenas! ¡Mueran los gabachos!”. También es cierto que Francia obtuvo su ración de justicia poética gracias al éxito de Carmen, la novela de Prosper Merimée, publicada en 1857 y después convertida en una ópera aún más exitosa, que sirvió para perpetuar en todo el mundo el exótico cliché de los españoles como seres exclusivamente guiados por sus pasiones irrefrenables.. Saltando a tiempos algo más recientes, en 1959 el Presidente de la República Francesa Charles de Gaulle creó un Ministerio de Asuntos Culturales, superministerio que recogía competencias antes propias de Educación o Industria y Comercio, al frente del cual puso al prestigioso escritor André Malraux –que había estado comprometido con la resistencia contra la ocupación nazi y antes en la lucha antifranquista durante la Guerra Civil española–, que a lo largo de la siguiente década apoyó el sector cultural del país con especial atención a manifestaciones como el arte contemporáneo o el cine. Esto sentó un precedente, una forma de actuar que ha generado consecuencias de larga duración.. Manuel Segade, actual director del museo Reina Sofía, que ha trabajado con instituciones francesas como la fundación Kadist o el Magasin Centre National des Arts Plastiques de Grenoble, destaca que, como rasgo característico, en Francia existe un mayor orgullo por su producción cultural. “Además, a Francia le debemos la invención de que la gastronomía o el vino son cultura”, añade. “En su sociedad se da una culturización de lo real. Creo que esto es un derivado de su sociedad del Barroco, luego filtrado por las aspiraciones sociales de la burguesía. Por otro lado, casi todo en Francia es aparato de Estado y se centraliza en París. Incluido su sistema de fondos regionales del FRAC, una estrategia de difusión que parte desde el centro. España es menos centrípeta”.. Por su parte, Paul B. Preciado, filósofo, cineasta y comisario de arte, nacido en España pero residente en Francia, donde ha desarrollado gran parte de su carrera y cimentado su prestigio internacional, dirige una mirada crítica a las dinámicas del sector cultural del país. “Lo francés se asocia mucho a la cultura, pero eso es algo que hay que desmitificar”, afirma en conversación telefónica. “Es verdad que desde los años sesenta se empezaron a hacer políticas públicas de institucionalización de la cultura que tuvieron efectos positivos, pero también negativos, al destruirse parte de la cultura alternativa. Por ejemplo, esa red de apoyos públicos permitió que existiera un cine francés de una calidad extraordinaria, pero también muy burgués, blanco y heterosexual. Lo mismo ocurre con el teatro, porque es impresionante la cantidad de pequeños teatros locales que aquí existen, mientras que en España hacer teatro es heroico, lo que no quiere decir que no podamos ser críticos con esa misma red”. Pero, sobre todo, Preciado denuncia el auge de las fundaciones artísticas y culturales privadas en manos de poderosos coleccionistas como François Pinault: “Desde último mandato de Macron, ha habido una gestión más conservadora de la cultura y una entrada muchísimo más agresiva de las fuerzas privatizadoras y neoliberales en ella. Esas fundaciones privadas están devorando de manera caníbal el espacio de la cultura pública”.. En todo caso, la propia carrera de Preciado en el país vecino da cuenta de la importancia que en su sociedad tienen la cultura y el pensamiento. Programas televisivos de largo recorrido, emitidos en horario de máxima audiencia, como los míticos Apostrophes y Bouillon de culture, o sus múltiples sucesores, solo serían posibles allí. Escritores y filósofos tan antitéticos como Bernard-Henri Lévi y el propio Preciado (por no hablar de los clásicos del siglo XX, de Sartre y De Beauvoir a Debord, Bourdieu, Baudrillard o Foucault) han ostentado en Francia el estatus de celebridades. “Es verdad que yo llegué a Francia por la puerta de la Filosofía, que aquí es como el fútbol, así que fue como si en España hubiera entrado para jugar en el Barça”, admite Preciado, de forma muy elocuente. “Pero también es verdad que, cuando yo llegué a Francia, el ámbito editorial era muy variado e interesante, y ahora las cosas están cambiando, porque las editoriales están cayendo en manos muy conservadoras. Así que conviene no mitificar la cultura francesa, sino decirnos: ojo, si una red pública tan fuerte como la francesa ha podido ser desmontada de forma tan salvaje en los últimos diez años, imagínate lo que puede ocurrir con la española, que es mucho más débil”.. Cuando se defiende la importancia del apoyo institucional a los sectores culturales, suelen aducirse razones puramente económicas o prácticas. El año pasado, el presidente Pedro Sánchez cifró en un 3,3% el peso del sector en el PIB español, a lo que hay que sumar su relevancia simbólica y su utilidad como elemento de prestigio para una comunidad o país. Sin embargo, en el libro Como el aire que respiramos. El sentido de la cultura, por el que Antonio Monegal obtuvo en 2023 el Premio Nacional de Ensayo, se transmite la idea de que la cultura nos enfrenta a la complejidad de la experiencia humana y nos permite al mismo tiempo resolver esa complejidad a través de lo que Monegal llama una “caja de herramientas”, lo que posee un valor en sí mismo más allá de factores utilitarios.. Para Preciado, la cultura debería entrar en el ámbito de lo social: “Como la baguette o los medicamentos de los enfermos crónicos. Pero al hablar de ella adoptamos una perspectiva totalmente liberal, que deja tan poco margen a soñar que nos limitamos a pedir que bajen los impuestos”. En este sentido, y regresando a la cuestión original del IVA de las compraventas artísticas, Manuel Segade concluye: “El arte es un bien fundamental que debería ser tratado como tal, por generar cohesión social y riqueza turística, por estimular el pensamiento crítico, por agrandar el mundo. Pero hay una razón de una certeza apabullante: ¿Cómo es posible que al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía le resulte más barato adquirir a un artista español en su galería de Francia o de Estados Unidos que comprar su obra en una galería española? Es evidente que un grado elemental de proteccionismo no nos vendría mal”.. Seguir leyendo
Comprar arte no suele ser barato, aunque eso también depende de dónde se haga. Al visitante de ARCO, la feria de arte contemporáneo cuya última edición tuvo lugar la semana pasada en Madrid, una obra de un mismo artista le salía bastante más cara si la adquiría en el estand de una galería española que si optaba por una francesa o alemana. Esto se debe a que en España a las compraventas de arte a través de galería se les aplica un tipo de IVA del 21%, mientras que en Alemania les corresponde el 7% y en Francia (desde el 1 de enero de este año) el 5,5%.El pasado miércoles por la mañana, durante la inauguración de la feria, las galerías españolas realizaron un breve apagón en sus estands para llamar la atención sobre este hecho y solicitar la aplicación de un tipo de IVA reducido a las compraventas de arte en nuestro país. Para ellas, esto dinamizaría un sector que no solo incluye artistas y galerías, “también montadores, transportistas, enmarcadores, críticos, comisarios, fotógrafos, pequeños talleres, imprentas y, sobre todo, el pequeño y mediano comprador, más del 70% de nuestro público”, según rezaba la nota de prensa emitida por el Consorcio de Galerías de Arte Contemporáneo, que convocaba la acción.Idoia Fernández, presidenta del Consorcio (que agrupa 120 galerías), y que junto a su hermana Nerea dirige la sala NF/Nieves Fernández de Madrid, encuentra otras contradicciones en esta situación: “En España, las entradas de ópera tienen un tipo reducido de IVA del 10%, igual que un concierto de Taylor Swift. Lo mismo pasa con una superproducción de Hollywood, un cine que no necesita especial protección, pero tiene el mismo tipo de una producción independiente. Y en ninguno de estos casos sabemos quién es el espectador. Ya no trato de convencer a nadie de que no todos los que compran arte son ricos, que evidentemente no es así. Pero es que tampoco se distingue si quien va al cine es una persona que llega justa a fin de mes o Amancio Ortega. Mientras que, cuando llegamos a las artes visuales, se asume que todos los compradores tienen mucho dinero y se meten en una misma categoría”.Otra de las participantes en ARCO es Thaddaeus Ropac, galería con sedes en París, Londres, Salzburgo, Milán y Seúl. Su director en París (donde tiene dos ubicaciones) es el español José Castañal, que incide en cómo en los últimos tiempos la capital francesa ha recuperado el estatus de centro del arte europeo tomando el relevo de Londres, que está perdiendo posiciones debido al Brexit y a las nuevas condiciones fiscales. “Muchas galerías internacionales, cuando abren nuevas sedes en Europa, deciden hacerlo en París”, afirma Castañal. “Creo que en España ocurriría lo mismo si se equiparara el IVA, y eso sería bueno para los artistas españoles, porque lo primero que hacen esas galerías es buscar nombres locales para ficharlos y empezar a exponerlos internacionalmente”. También considera que existe un elemento cultural que no debe pasarse por alto: “Nosotros, un sábado cualquiera, tenemos 600 visitas en la galería del Marais [barrio del centro de País], que pueden llegar a 900 si se trata de un gran artista internacional”.En cambio, Idoia Fernández cifra en unos 10 o 15 los visitantes que recibe cualquier sábado en su galería de Madrid, días de inauguración aparte. Para ella, la consideración que el arte y la cultura tienen en España es muy distinta que en Francia, lo que propicia este tipo de situaciones: “Francia tiene un sistema de difusión del arte concebido como una red que llega a todos los extremos y cubre todo el país, a través de los FRAC [Fondos Regionales de Arte Contemporáneo], que compran muchas obras y hacen exposiciones itinerantes para apoyar a sus artistas. Algo así como La Barraca con el teatro durante la República española. Además, existen otros fondos más centralizados que compran miles de obras cada año. Todas esas redes no las tenemos en España. Y me parece sangrante la diferencia de consideración que hay en nuestro país, que en cambio tiene una tradición de artes visuales tan potente”.Es cierto que en Francia la cultura en general, y el arte en particular, poseen una consideración social bastante distinta que en España. Como muestra, sin salir de ARCO, los titulares que por lo general dedica la prensa generalista española –secciones de Cultura incluidas– a nuestra principal feria de arte contemporáneo aún tienen que ver sobre todo con el agotado fenómeno de las “piezas escándalo”, como si por sí mismo el arte no pudiera constituir material periodístico digno de ser difundido. En Francia, su equivalente, Art Basel Paris, genera más bien titulares que tienen que ver con el mercado (algo lógico, tratándose de una feria comercial) o con la relevancia del arte contemporáneo. El argumento de la “pieza escándalo” anual no existe.Puede argumentarse que la tradición francesa del apoyo institucional a la cultura viene de largo. El monarca absolutista Luis XIV, que reinó durante 72 años entre los siglos XVII y XVIII, parecía particularmente obsesionado por controlar las expresiones artísticas y utilizarlas como instrumento propagandístico dentro y fuera del país. Desde la creación y protección de los centros artesanales hasta las Academias, su Estado utilizó múltiples instrumentos para favorecer determinadas formas de arte y a ciertos artistas. Después, una fortalecida cultura francesa se difundiría en toda Europa a través de la influencia de los autores de la Ilustración. El proyecto imperial de Napoleón incorporó en su ideario los principios ilustrados. En España, el levantamiento contra Napoleón se vio teñido de elementos antiliberales y antiintelectuales (“afrancesados” fue un término despectivo empleado contra los intelectuales españoles ilustrados por el bando “patriota”) como recogía, con humor negro, la secuencia inicial de la película de Luis Buñuel El fantasma de la libertad (1974), ambientada justamente en la España de las guerras napoleónicas: ante un pelotón de fusilamiento formado por soldados franceses, los ajusticiados, un grupo de rebeldes españoles, gritaban: “¡Vivan las cadenas! ¡Mueran los gabachos!”. También es cierto que Francia obtuvo su ración de justicia poética gracias al éxito de Carmen, la novela de Prosper Merimée, publicada en 1857 y después convertida en una ópera aún más exitosa, que sirvió para perpetuar en todo el mundo el exótico cliché de los españoles como seres exclusivamente guiados por sus pasiones irrefrenables.Saltando a tiempos algo más recientes, en 1959 el Presidente de la República Francesa Charles de Gaulle creó un Ministerio de Asuntos Culturales, superministerio que recogía competencias antes propias de Educación o Industria y Comercio, al frente del cual puso al prestigioso escritor André Malraux –que había estado comprometido con la resistencia contra la ocupación nazi y antes en la lucha antifranquista durante la Guerra Civil española–, que a lo largo de la siguiente década apoyó el sector cultural del país con especial atención a manifestaciones como el arte contemporáneo o el cine. Esto sentó un precedente, una forma de actuar que ha generado consecuencias de larga duración.Manuel Segade, actual director del museo Reina Sofía, que ha trabajado con instituciones francesas como la fundación Kadist o el Magasin Centre National des Arts Plastiques de Grenoble, destaca que, como rasgo característico, en Francia existe un mayor orgullo por su producción cultural. “Además, a Francia le debemos la invención de que la gastronomía o el vino son cultura”, añade. “En su sociedad se da una culturización de lo real. Creo que esto es un derivado de su sociedad del Barroco, luego filtrado por las aspiraciones sociales de la burguesía. Por otro lado, casi todo en Francia es aparato de Estado y se centraliza en París. Incluido su sistema de fondos regionales del FRAC, una estrategia de difusión que parte desde el centro. España es menos centrípeta”.Por su parte, Paul B. Preciado, filósofo, cineasta y comisario de arte, nacido en España pero residente en Francia, donde ha desarrollado gran parte de su carrera y cimentado su prestigio internacional, dirige una mirada crítica a las dinámicas del sector cultural del país. “Lo francés se asocia mucho a la cultura, pero eso es algo que hay que desmitificar”, afirma en conversación telefónica. “Es verdad que desde los años sesenta se empezaron a hacer políticas públicas de institucionalización de la cultura que tuvieron efectos positivos, pero también negativos, al destruirse parte de la cultura alternativa. Por ejemplo, esa red de apoyos públicos permitió que existiera un cine francés de una calidad extraordinaria, pero también muy burgués, blanco y heterosexual. Lo mismo ocurre con el teatro, porque es impresionante la cantidad de pequeños teatros locales que aquí existen, mientras que en España hacer teatro es heroico, lo que no quiere decir que no podamos ser críticos con esa misma red”. Pero, sobre todo, Preciado denuncia el auge de las fundaciones artísticas y culturales privadas en manos de poderosos coleccionistas como François Pinault: “Desde último mandato de Macron, ha habido una gestión más conservadora de la cultura y una entrada muchísimo más agresiva de las fuerzas privatizadoras y neoliberales en ella. Esas fundaciones privadas están devorando de manera caníbal el espacio de la cultura pública”.En todo caso, la propia carrera de Preciado en el país vecino da cuenta de la importancia que en su sociedad tienen la cultura y el pensamiento. Programas televisivos de largo recorrido, emitidos en horario de máxima audiencia, como los míticos Apostrophes y Bouillon de culture, o sus múltiples sucesores, solo serían posibles allí. Escritores y filósofos tan antitéticos como Bernard-Henri Lévi y el propio Preciado (por no hablar de los clásicos del siglo XX, de Sartre y De Beauvoir a Debord, Bourdieu, Baudrillard o Foucault) han ostentado en Francia el estatus de celebridades. “Es verdad que yo llegué a Francia por la puerta de la Filosofía, que aquí es como el fútbol, así que fue como si en España hubiera entrado para jugar en el Barça”, admite Preciado, de forma muy elocuente. “Pero también es verdad que, cuando yo llegué a Francia, el ámbito editorial era muy variado e interesante, y ahora las cosas están cambiando, porque las editoriales están cayendo en manos muy conservadoras. Así que conviene no mitificar la cultura francesa, sino decirnos: ojo, si una red pública tan fuerte como la francesa ha podido ser desmontada de forma tan salvaje en los últimos diez años, imagínate lo que puede ocurrir con la española, que es mucho más débil”.Cuando se defiende la importancia del apoyo institucional a los sectores culturales, suelen aducirse razones puramente económicas o prácticas. El año pasado, el presidente Pedro Sánchez cifró en un 3,3% el peso del sector en el PIB español, a lo que hay que sumar su relevancia simbólica y su utilidad como elemento de prestigio para una comunidad o país. Sin embargo, en el libro Como el aire que respiramos. El sentido de la cultura, por el que Antonio Monegal obtuvo en 2023 el Premio Nacional de Ensayo, se transmite la idea de que la cultura nos enfrenta a la complejidad de la experiencia humana y nos permite al mismo tiempo resolver esa complejidad a través de lo que Monegal llama una “caja de herramientas”, lo que posee un valor en sí mismo más allá de factores utilitarios.Para Preciado, la cultura debería entrar en el ámbito de lo social: “Como la baguette o los medicamentos de los enfermos crónicos. Pero al hablar de ella adoptamos una perspectiva totalmente liberal, que deja tan poco margen a soñar que nos limitamos a pedir que bajen los impuestos”. En este sentido, y regresando a la cuestión original del IVA de las compraventas artísticas, Manuel Segade concluye: “El arte es un bien fundamental que debería ser tratado como tal, por generar cohesión social y riqueza turística, por estimular el pensamiento crítico, por agrandar el mundo. Pero hay una razón de una certeza apabullante: ¿Cómo es posible que al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía le resulte más barato adquirir a un artista español en su galería de Francia o de Estados Unidos que comprar su obra en una galería española? Es evidente que un grado elemental de proteccionismo no nos vendría mal”. Seguir leyendo
Comprar arte no suele ser barato, aunque eso también depende de dónde se haga. Al visitante de ARCO, la feria de arte contemporáneo cuya última edición tuvo lugar la semana pasada en Madrid, una obra de un mismo artista le salía bastante más cara si la adquiría en el estandde una galería española que si optaba por una francesa o alemana. Esto se debe a que en España a las compraventas de arte a través de galería se les aplica un tipo de IVA del 21%, mientras que en Alemania les corresponde el 7% y en Francia (desde el 1 de enero de este año) el 5,5%.. El pasado miércoles por la mañana, durante la inauguración de la feria, las galerías españolas realizaron un breve apagón en sus estandspara llamar la atención sobre este hecho y solicitar la aplicación de un tipo de IVA reducido a las compraventas de arte en nuestro país. Para ellas, esto dinamizaría un sector que no solo incluye artistas y galerías, “también montadores, transportistas, enmarcadores, críticos, comisarios, fotógrafos, pequeños talleres, imprentas y, sobre todo, el pequeño y mediano comprador, más del 70% de nuestro público”, según rezaba la nota de prensa emitida por el Consorcio de Galerías de Arte Contemporáneo, que convocaba la acción.. Más información. Idoia Fernández, presidenta del Consorcio (que agrupa 120 galerías), y que junto a su hermana Nerea dirige la sala NF/Nieves Fernández de Madrid, encuentra otras contradicciones en esta situación: “En España, las entradas de ópera tienen un tipo reducido de IVA del 10%, igual que un concierto de Taylor Swift. Lo mismo pasa con una superproducción de Hollywood, un cine que no necesita especial protección, pero tiene el mismo tipo de una producción independiente. Y en ninguno de estos casos sabemos quién es el espectador. Ya no trato de convencer a nadie de que no todos los que compran arte son ricos, que evidentemente no es así. Pero es que tampoco se distingue si quien va al cine es una persona que llega justa a fin de mes o Amancio Ortega. Mientras que, cuando llegamos a las artes visuales, se asume que todos los compradores tienen mucho dinero y se meten en una misma categoría”.. Otra de las participantes en ARCO es Thaddaeus Ropac, galería con sedes en París, Londres, Salzburgo, Milán y Seúl. Su director en París (donde tiene dos ubicaciones) es el español José Castañal, que incide en cómo en los últimos tiempos la capital francesa ha recuperado el estatus de centro del arte europeo tomando el relevo de Londres, que está perdiendo posiciones debido al Brexit y a las nuevas condiciones fiscales. “Muchas galerías internacionales, cuando abren nuevas sedes en Europa, deciden hacerlo en París”, afirma Castañal. “Creo que en España ocurriría lo mismo si se equiparara el IVA, y eso sería bueno para los artistas españoles, porque lo primero que hacen esas galerías es buscar nombres locales para ficharlos y empezar a exponerlos internacionalmente”. También considera que existe un elemento cultural que no debe pasarse por alto: “Nosotros, un sábado cualquiera, tenemos 600 visitas en la galería del Marais [barrio del centro de País], que pueden llegar a 900 si se trata de un gran artista internacional”.. Dos visitantes en ARCO 2025.Marcos del Mazo (LightRocket via Getty Images). En cambio, Idoia Fernández cifra en unos 10 o 15 los visitantes que recibe cualquier sábado en su galería de Madrid, días de inauguración aparte. Para ella, la consideración que el arte y la cultura tienen en España es muy distinta que en Francia, lo que propicia este tipo de situaciones: “Francia tiene un sistema de difusión del arte concebido como una red que llega a todos los extremos y cubre todo el país, a través de los FRAC [Fondos Regionales de Arte Contemporáneo], que compran muchas obras y hacen exposiciones itinerantes para apoyar a sus artistas. Algo así como La Barraca con el teatro durante la República española. Además, existen otros fondos más centralizados que compran miles de obras cada año. Todas esas redes no las tenemos en España. Y me parece sangrante la diferencia de consideración que hay en nuestro país, que en cambio tiene una tradición de artes visuales tan potente”.. Es cierto que en Francia la cultura en general, y el arte en particular, poseen una consideración social bastante distinta que en España. Como muestra, sin salir de ARCO, los titulares que por lo general dedica la prensa generalista española –secciones de Cultura incluidas– a nuestra principal feria de arte contemporáneo aún tienen que ver sobre todo con el agotado fenómeno de las “piezas escándalo”, como si por sí mismo el arte no pudiera constituir material periodístico digno de ser difundido. En Francia, su equivalente, Art Basel Paris, genera más bien titulares que tienen que ver con el mercado (algo lógico, tratándose de una feria comercial) o con la relevancia del arte contemporáneo. El argumento de la “pieza escándalo” anual no existe.. Puede argumentarse que la tradición francesa del apoyo institucional a la cultura viene de largo. El monarca absolutista Luis XIV, que reinó durante 72 años entre los siglos XVII y XVIII, parecía particularmente obsesionado por controlar las expresiones artísticas y utilizarlas como instrumento propagandístico dentro y fuera del país. Desde la creación y protección de los centros artesanales hasta las Academias, su Estado utilizó múltiples instrumentos para favorecer determinadas formas de arte y a ciertos artistas. Después, una fortalecida cultura francesa se difundiría en toda Europa a través de la influencia de los autores de la Ilustración. El proyecto imperial de Napoleón incorporó en su ideario los principios ilustrados. En España, el levantamiento contra Napoleón se vio teñido de elementos antiliberales y antiintelectuales (“afrancesados” fue un término despectivo empleado contra los intelectuales españoles ilustrados por el bando “patriota”) como recogía, con humor negro, la secuencia inicial de la película de Luis Buñuel El fantasma de la libertad (1974), ambientada justamente en la España de las guerras napoleónicas: ante un pelotón de fusilamiento formado por soldados franceses, los ajusticiados, un grupo de rebeldes españoles, gritaban: “¡Vivan las cadenas! ¡Mueran los gabachos!”. También es cierto que Francia obtuvo su ración de justicia poética gracias al éxito de Carmen, la novela de Prosper Merimée, publicada en 1857 y después convertida en una ópera aún más exitosa, que sirvió para perpetuar en todo el mundo el exótico cliché de los españoles como seres exclusivamente guiados por sus pasiones irrefrenables.. Un ‘stand’ de la feria ARCO en el año 2024.SOPA Images (SOPA Images/LightRocket via Gett). Saltando a tiempos algo más recientes, en 1959 el Presidente de la República Francesa Charles de Gaulle creó un Ministerio de Asuntos Culturales, superministerio que recogía competencias antes propias de Educación o Industria y Comercio, al frente del cual puso al prestigioso escritor André Malraux –que había estado comprometido con la resistencia contra la ocupación nazi y antes en la lucha antifranquista durante la Guerra Civil española–, que a lo largo de la siguiente década apoyó el sector cultural del país con especial atención a manifestaciones como el arte contemporáneo o el cine. Esto sentó un precedente, una forma de actuar que ha generado consecuencias de larga duración.. Manuel Segade, actual director del museo Reina Sofía, que ha trabajado con instituciones francesas como la fundación Kadist o el Magasin Centre National des Arts Plastiques de Grenoble, destaca que, como rasgo característico, en Francia existe un mayor orgullo por su producción cultural. “Además, a Francia le debemos la invención de que la gastronomía o el vino son cultura”, añade. “En su sociedad se da una culturización de lo real. Creo que esto es un derivado de su sociedad del Barroco, luego filtrado por las aspiraciones sociales de la burguesía. Por otro lado, casi todo en Francia es aparato de Estado y se centraliza en París. Incluido su sistema de fondos regionales del FRAC, una estrategia de difusión que parte desde el centro. España es menos centrípeta”.. Por su parte, Paul B. Preciado, filósofo, cineasta y comisario de arte, nacido en España pero residente en Francia, donde ha desarrollado gran parte de su carrera y cimentado su prestigio internacional, dirige una mirada crítica a las dinámicas del sector cultural del país. “Lo francés se asocia mucho a la cultura, pero eso es algo que hay que desmitificar”, afirma en conversación telefónica. “Es verdad que desde los años sesenta se empezaron a hacer políticas públicas de institucionalización de la cultura que tuvieron efectos positivos, pero también negativos, al destruirse parte de la cultura alternativa. Por ejemplo, esa red de apoyos públicos permitió que existiera un cine francés de una calidad extraordinaria, pero también muy burgués, blanco y heterosexual. Lo mismo ocurre con el teatro, porque es impresionante la cantidad de pequeños teatros locales que aquí existen, mientras que en España hacer teatro es heroico, lo que no quiere decir que no podamos ser críticos con esa misma red”. Pero, sobre todo, Preciado denuncia el auge de las fundaciones artísticas y culturales privadas en manos de poderosos coleccionistas como François Pinault: “Desde último mandato de Macron, ha habido una gestión más conservadora de la cultura y una entrada muchísimo más agresiva de las fuerzas privatizadoras y neoliberales en ella. Esas fundaciones privadas están devorando de manera caníbal el espacio de la cultura pública”.. En todo caso, la propia carrera de Preciado en el país vecino da cuenta de la importancia que en su sociedad tienen la cultura y el pensamiento. Programas televisivos de largo recorrido, emitidos en horario de máxima audiencia, como los míticos Apostrophes y Bouillon de culture, o sus múltiples sucesores, solo serían posibles allí. Escritores y filósofos tan antitéticos como Bernard-Henri Lévi y el propio Preciado (por no hablar de los clásicos del siglo XX, de Sartre y De Beauvoir a Debord, Bourdieu, Baudrillard o Foucault) han ostentado en Francia el estatus de celebridades. “Es verdad que yo llegué a Francia por la puerta de la Filosofía, que aquí es como el fútbol, así que fue como si en España hubiera entrado para jugar en el Barça”, admite Preciado, de forma muy elocuente. “Pero también es verdad que, cuando yo llegué a Francia, el ámbito editorial era muy variado e interesante, y ahora las cosas están cambiando, porque las editoriales están cayendo en manos muy conservadoras. Así que conviene no mitificar la cultura francesa, sino decirnos: ojo, si una red pública tan fuerte como la francesa ha podido ser desmontada de forma tan salvaje en los últimos diez años, imagínate lo que puede ocurrir con la española, que es mucho más débil”.. Cuando se defiende la importancia del apoyo institucional a los sectores culturales, suelen aducirse razones puramente económicas o prácticas. El año pasado, el presidente Pedro Sánchez cifró en un 3,3% el peso del sector en el PIB español, a lo que hay que sumar su relevancia simbólica y su utilidad como elemento de prestigio para una comunidad o país. Sin embargo, en el libro Como el aire que respiramos. El sentido de la cultura, por el que Antonio Monegal obtuvo en 2023 el Premio Nacional de Ensayo, se transmite la idea de que la cultura nos enfrenta a la complejidad de la experiencia humana y nos permite al mismo tiempo resolver esa complejidad a través de lo que Monegal llama una “caja de herramientas”, lo que posee un valor en sí mismo más allá de factores utilitarios.. Para Preciado, la cultura debería entrar en el ámbito de lo social: “Como la baguette o los medicamentos de los enfermos crónicos. Pero al hablar de ella adoptamos una perspectiva totalmente liberal, que deja tan poco margen a soñar que nos limitamos a pedir que bajen los impuestos”. En este sentido, y regresando a la cuestión original del IVA de las compraventas artísticas, Manuel Segade concluye: “El arte es un bien fundamental que debería ser tratado como tal, por generar cohesión social y riqueza turística, por estimular el pensamiento crítico, por agrandar el mundo. Pero hay una razón de una certeza apabullante: ¿Cómo es posible que al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía le resulte más barato adquirir a un artista español en su galería de Francia o de Estados Unidos que comprar su obra en una galería española? Es evidente que un grado elemental de proteccionismo no nos vendría mal”.
EL PAÍS