Durante años, las mujeres se han sentido expulsadas de la noche. La ciudad nocturna como espacio de peligro o sospecha, de pérdida y castigo. En mi novela Suya era la noche (Consonni, 2025) escribí desde ese lugar ambiguo: la noche como refugio, pero también como territorio donde el deseo se mezcla con el daño. No es casualidad que muchas escritoras contemporáneas estén reivindicando la noche como lugar narrativo, político y estético.. Cuando comencé a escribir Suya era la noche, tenía claro que la noche no sería mera ambientación, sino un personaje. Un espacio donde el cuerpo, el deseo, el trauma y la conciencia confluyen. Narré escenas intensas: afters con plantas cansadas de ser regadas con alcohol, amaneceres de bolardazos por las calles de Madrid que se convierten en moratones, despertares amnésicos donde la protagonista no recuerda qué ocurrió la noche anterior. La noche como experiencia que fragmenta la identidad.. Pertenezco a la generación Alcàsser. Crecí en Alacant, y en mi adolescencia pesó mucho cómo los medios manipularon el asesinato y violación de Miriam, Desirée y Toñi, convertidas en mártires adolescentes. Su carne a medio hacer en boca de todos. «¿Puede haber algo más perfecto que una chica que muere antes de estar hecha del todo? Una chica como una hoja en blanco. Una chica como una proyección de los deseos de usted, ajena a los suyos propios. Una chica como un sacrificio al concepto de chica», escribe Rebecca Makkai en Tengo algunas preguntas para usted (Sexto Piso, 2024). Los medios las retrataron como víctimas simbólicas, culpabilizándolas por cómo vestían o salían. Y a nosotras, sus coetáneas, en provocadoras por usar minifalda, maquillarnos demasiado o volver solas a casa.. La politóloga Nerea Barjola, en su tesis Las representaciones del peligro sexual… (2014) y en su ensayo Microfísica sexista del poder (Virus, 2018), analiza cómo aquel crimen se convirtió en un relato político que frenó los avances del feminismo en España. Barjola explica que el discurso mediático instauró un ‘terror sexual’: mujeres advirtiéndose unas a otras sobre cómo vestir, cuándo salir, bajo qué vigilancia masculina. Se normalizó un autocontrol que condicionó nuestra relación con la ciudad y con la noche.. Ese encierro simbólico recibió una respuesta crítica desde el urbanismo feminista, que propone ciudades inclusivas: participación real de las mujeres en el diseño urbano, iluminación sensible, espacios públicos seguros donde podamos socializar, crear comunidad y sentirnos protegidas.. En Suya era la noche rehago ese imaginario: la noche ya no es expulsión, sino espacio ambiguo de deseo y riesgo, refugio y conflicto. Victoria, la protagonista, sale de fiesta para sortear la lógica del tiempo y del espacio. Porque dentro de bares como El Club (un trasunto del antiguo Nasti de Malasaña) los relojes, y con ellos la rutina, se quiebran. Pero pronto se desengaña: no hay autenticidad, solo pose. Además, entran en juego las drogas. Al final, todo se reduce a un vaivén: subidón, bajón.. En muchos ámbitos y para muchas generaciones, la noche se ha convertido en un producto de consumo. Se sale con una máscara, ensayando un personaje. Existe una performatividad que empieza siendo juego y termina siendo condena. De tan repetidos, los gestos se vacían. La productividad, la rentabilidad, el capitalismo marcan también el ritmo nocturno.. En Animales pequeños (Tusquets, 2025), Mercedes Duque retrata una noche londinense de claroscuros donde trapichear con drogas o robar en el bar donde se trabaja es una forma de subsistencia. En la noche conviven los triunfadores del capitalismo y los artistas precarios. Duque dibuja un paisaje de adicciones funcionales, sexo posromántico y desidia generacional. La noche como espacio de desencanto, de soledad compartida y deseo entumecido.. En El limo, de Rosa Jiménez (Tusquets, 2024), la desavenencia entre dos primas nace de noche, en una discoteca llamada Rainbow. Entre luces de neón y sombras, un reencuentro forzado las obliga a enfrentar el trauma: la noche como choque, culpa y rabia. El tiempo narrativo salta entre recuerdos y presente nocturno. En esa genealogía de la noche como espacio de fractura, pero también de escritura, se inscribe Mira a esa chica, la novela con la que Cristina Araújo Gámir ganó el XVIII Premio Tusquets Editores. Basada en un caso de violación grupal —el de la Manada—, la autora reescribe la noche desde la mirada de la víctima, construyendo una prosa contenida y precisa que rehúye el morbo sin renunciar a la incomodidad.. Por supuesto, mi generación no es la única en hablar de drogas, deseo o fiesta. Existe una genealogía femenina y noctámbula que reivindica la noche desde el deseo, el trauma, el insomnio y el consentimiento. Para Alejandra Pizarnik, la noche fue respiro, pero también abismo. Su poesía articula soledad, lenguaje y sufrimiento. Soledad Puértolas, en Queda la noche (Premio Planeta 1989), ya usó la noche como revelación. Las escritoras beat como Eve Babitz –reivindicada recientemente por Colectivo Bruxista con Días lentos, malas compañías (2024)– ya retrataban el Hollywood de los 70 como un espacio bohemio y hedonista, narrado desde el deseo y la agudeza, sin moralina como ha hecho Cristina V. Miranda (con La entusiasta, publicada como Gala de Meira, Dos Manos, 2021) o Sabina Urraca (Soñó con la chica que robaba un caballo, Lengua de Trapo, 2021).. El Informe del Ministerio de Juventud de 2024 revela que el 32 % de las mujeres jóvenes en España declara haber tenido relaciones sexuales no deseadas, frente al 19 % de los hombres. Cuando escribimos la noche, muchas estamos escribiendo también sobre ese espacio. La noche como batalla: entre el deseo propio y el deseo impuesto.. Victoria, como tantas, no sabe follar desde la epidermis. Lo intenta, pero los sentimientos florecen. Al no encontrar espacio para su ternura, las heridas invisibles se abren en la piel. Los abusos, los desplantes, las indiferencias, el maltrato hacen mella. Tal vez parezca baladí, la piel. Pero es el órgano más grande del cuerpo y cuesta borrar el daño.. Cuando llegué a Madrid en 2001 con 18 años, la ciudad simbolizaba la ilusión, lo imposible, la magia. Un poco a lo Georges Bataille, cuando habla de la noche como espacio de transgresión, de experiencia interior. Malasaña era un hervidero de creatividad, con grupos como L-Kan, Meteosat o Niza. Como Victoria, yo también quise pertenecer. Como ella, viví noches hedonistas.. El insomnio ha sido también una herramienta narrativa para muchas autoras que han explorado desde ahí el deseo y la alienación. Sylvia Plath, en La campana de cristal, lo usa como síntoma del encierro femenino. Samantha Harvey, en Un año sin dormir (Anagrama, 2022), traza una cartografía mental a partir del desvelo. Elizabeth Hardwick, en Noches insomnes, convierte la noche en atmósfera de duelo y de escritura libre, sin necesidad de agradar: un collage de memorias, amistades perdidas, deseo y crítica cultural.. En La edad de merecer (2015), Berta García Faet convierte la noche en catalizadora de ansiedad existencial y memoria colectiva. En ‘poema sobre mirar el cielo de noche y pensar muchas cosas’, escribe: «Me pregunto qué cantar cuando anochece». La noche como espejo de fragilidad, belleza y conciencia política.. Mariana Enríquez, en Nuestra parte de noche (2020), construye un universo gótico y femenino donde la oscuridad se cruza con el sacrificio, lo marginal, la maternidad ambigua y la resistencia. La noche es ritual y transgresión. Lugar de lo innombrable, pero también de saberes subversivos.. Quizá por eso Suya era la noche está escrita en escenas. La estructura fragmentaria responde a esa lógica nocturna: discontinuidad, cuerpo, memoria. La noche no avanza en línea recta; su tiempo es otro. Escribir la noche es hacerlo desde el insomnio, la respiración entrecortada, lo que se revela cuando nadie más está mirando.. En este contexto, escribir la noche es un acto de reapropiación. La librería Parent(h)esis (Lavapiés, Madrid) dedica una de sus mesas a libros que exploran este vínculo: literatura feminista sobre oscuridad, cuerpo y deseo.. Suya era la noche arranca con Mireia, la otra protagonista, escribiendo sobre su amiga Victoria la mañana siguiente a un fin de semana interminable. Quizá por eso empieza cuando el after ha terminado. Cuando no queda más que el cuerpo, la memoria y la palabra.
La noche es un espacio ambiguo pero codiciado para la literatura de mujeres, un lugar narrativo y estético.
Durante años, las mujeres se han sentido expulsadas de la noche. La ciudad nocturna como espacio de peligro o sospecha, de pérdida y castigo. En mi novela Suya era la noche (Consonni, 2025) escribí desde ese lugar ambiguo: la noche como refugio, pero también como territorio donde el deseo se mezcla con el daño. No es casualidad que muchas escritoras contemporáneas estén reivindicando la noche como lugar narrativo, político y estético.. Cuando comencé a escribir Suya era la noche, tenía claro que la noche no sería mera ambientación, sino un personaje. Un espacio donde el cuerpo, el deseo, el trauma y la conciencia confluyen. Narré escenas intensas: afters con plantas cansadas de ser regadas con alcohol, amaneceres de bolardazos por las calles de Madrid que se convierten en moratones, despertares amnésicos donde la protagonista no recuerda qué ocurrió la noche anterior. La noche como experiencia que fragmenta la identidad.. Pertenezco a la generación Alcàsser. Crecí en Alacant, y en mi adolescencia pesó mucho cómo los medios manipularon el asesinato y violación de Miriam, Desirée y Toñi, convertidas en mártires adolescentes. Su carne a medio hacer en boca de todos. «¿Puede haber algo más perfecto que una chica que muere antes de estar hecha del todo? Una chica como una hoja en blanco. Una chica como una proyección de los deseos de usted, ajena a los suyos propios. Una chica como un sacrificio al concepto de chica», escribe Rebecca Makkai en Tengo algunas preguntas para usted (Sexto Piso, 2024). Los medios las retrataron como víctimas simbólicas, culpabilizándolas por cómo vestían o salían. Y a nosotras, sus coetáneas, en provocadoras por usar minifalda, maquillarnos demasiado o volver solas a casa.. La politóloga Nerea Barjola, en su tesis Las representaciones del peligro sexual… (2014) y en su ensayo Microfísica sexista del poder (Virus, 2018), analiza cómo aquel crimen se convirtió en un relato político que frenó los avances del feminismo en España. Barjola explica que el discurso mediático instauró un ‘terror sexual’: mujeres advirtiéndose unas a otras sobre cómo vestir, cuándo salir, bajo qué vigilancia masculina. Se normalizó un autocontrol que condicionó nuestra relación con la ciudad y con la noche.. Ese encierro simbólico recibió una respuesta crítica desde el urbanismo feminista, que propone ciudades inclusivas: participación real de las mujeres en el diseño urbano, iluminación sensible, espacios públicos seguros donde podamos socializar, crear comunidad y sentirnos protegidas.. Sylvia Plath.Archivo. En Suya era la noche rehago ese imaginario: la noche ya no es expulsión, sino espacio ambiguo de deseo y riesgo, refugio y conflicto. Victoria, la protagonista, sale de fiesta para sortear la lógica del tiempo y del espacio. Porque dentro de bares como El Club (un trasunto del antiguo Nasti de Malasaña) los relojes, y con ellos la rutina, se quiebran. Pero pronto se desengaña: no hay autenticidad, solo pose. Además, entran en juego las drogas. Al final, todo se reduce a un vaivén: subidón, bajón.. En muchos ámbitos y para muchas generaciones, la noche se ha convertido en un producto de consumo. Se sale con una máscara, ensayando un personaje. Existe una performatividad que empieza siendo juego y termina siendo condena. De tan repetidos, los gestos se vacían. La productividad, la rentabilidad, el capitalismo marcan también el ritmo nocturno.. En Animales pequeños (Tusquets, 2025), Mercedes Duque retrata una noche londinense de claroscuros donde trapichear con drogas o robar en el bar donde se trabaja es una forma de subsistencia. En la noche conviven los triunfadores del capitalismo y los artistas precarios. Duque dibuja un paisaje de adicciones funcionales, sexo posromántico y desidia generacional. La noche como espacio de desencanto, de soledad compartida y deseo entumecido.. La poeta argentina Alejandra Pizarnik.SARA FACIO. En El limo, de Rosa Jiménez (Tusquets, 2024), la desavenencia entre dos primas nace de noche, en una discoteca llamada Rainbow. Entre luces de neón y sombras, un reencuentro forzado las obliga a enfrentar el trauma: la noche como choque, culpa y rabia. El tiempo narrativo salta entre recuerdos y presente nocturno. En esa genealogía de la noche como espacio de fractura, pero también de escritura, se inscribe Mira a esa chica, la novela con la que Cristina Araújo Gámir ganó el XVIII Premio Tusquets Editores. Basada en un caso de violación grupal —el de la Manada—, la autora reescribe la noche desde la mirada de la víctima, construyendo una prosa contenida y precisa que rehúye el morbo sin renunciar a la incomodidad.. Por supuesto, mi generación no es la única en hablar de drogas, deseo o fiesta. Existe una genealogía femenina y noctámbula que reivindica la noche desde el deseo, el trauma, el insomnio y el consentimiento. Para Alejandra Pizarnik, la noche fue respiro, pero también abismo. Su poesía articula soledad, lenguaje y sufrimiento. Soledad Puértolas, en Queda la noche (Premio Planeta 1989), ya usó la noche como revelación. Las escritoras beat como Eve Babitz –reivindicada recientemente por Colectivo Bruxista con Días lentos, malas compañías (2024)– ya retrataban el Hollywood de los 70 como un espacio bohemio y hedonista, narrado desde el deseo y la agudeza, sin moralina como ha hecho Cristina V. Miranda (con La entusiasta, publicada como Gala de Meira, Dos Manos, 2021) o Sabina Urraca (Soñó con la chica que robaba un caballo, Lengua de Trapo, 2021).. La académica y escritora Soledad Puértolas.EUROPA PRESS – Archivo. El Informe del Ministerio de Juventud de 2024 revela que el 32 % de las mujeres jóvenes en España declara haber tenido relaciones sexuales no deseadas, frente al 19 % de los hombres. Cuando escribimos la noche, muchas estamos escribiendo también sobre ese espacio. La noche como batalla: entre el deseo propio y el deseo impuesto.. Victoria, como tantas, no sabe follar desde la epidermis. Lo intenta, pero los sentimientos florecen. Al no encontrar espacio para su ternura, las heridas invisibles se abren en la piel. Los abusos, los desplantes, las indiferencias, el maltrato hacen mella. Tal vez parezca baladí, la piel. Pero es el órgano más grande del cuerpo y cuesta borrar el daño.. Cuando llegué a Madrid en 2001 con 18 años, la ciudad simbolizaba la ilusión, lo imposible, la magia. Un poco a lo Georges Bataille, cuando habla de la noche como espacio de transgresión, de experiencia interior. Malasaña era un hervidero de creatividad, con grupos como L-Kan, Meteosat o Niza. Como Victoria, yo también quise pertenecer. Como ella, viví noches hedonistas.. El insomnio ha sido también una herramienta narrativa para muchas autoras que han explorado desde ahí el deseo y la alienación. Sylvia Plath, en La campana de cristal, lo usa como síntoma del encierro femenino. Samantha Harvey, en Un año sin dormir (Anagrama, 2022), traza una cartografía mental a partir del desvelo. Elizabeth Hardwick, en Noches insomnes, convierte la noche en atmósfera de duelo y de escritura libre, sin necesidad de agradar: un collage de memorias, amistades perdidas, deseo y crítica cultural.. ‘Suya es la noche’, de María OvelarCEDIDA/Consonni. En La edad de merecer (2015), Berta García Faet convierte la noche en catalizadora de ansiedad existencial y memoria colectiva. En ‘poema sobre mirar el cielo de noche y pensar muchas cosas’, escribe: «Me pregunto qué cantar cuando anochece». La noche como espejo de fragilidad, belleza y conciencia política.. Mariana Enríquez, en Nuestra parte de noche (2020), construye un universo gótico y femenino donde la oscuridad se cruza con el sacrificio, lo marginal, la maternidad ambigua y la resistencia. La noche es ritual y transgresión. Lugar de lo innombrable, pero también de saberes subversivos.. María Ovelar, poeta y novelista.Ben Vine. Quizá por eso Suya era la noche está escrita en escenas. La estructura fragmentaria responde a esa lógica nocturna: discontinuidad, cuerpo, memoria. La noche no avanza en línea recta; su tiempo es otro. Escribir la noche es hacerlo desde el insomnio, la respiración entrecortada, lo que se revela cuando nadie más está mirando.. En este contexto, escribir la noche es un acto de reapropiación. La librería Parent(h)esis (Lavapiés, Madrid) dedica una de sus mesas a libros que exploran este vínculo: literatura feminista sobre oscuridad, cuerpo y deseo.. Suya era la noche arranca con Mireia, la otra protagonista, escribiendo sobre su amiga Victoria la mañana siguiente a un fin de semana interminable. Quizá por eso empieza cuando el after ha terminado. Cuando no queda más que el cuerpo, la memoria y la palabra.