Cuando, en 1948, Christian Dior decidió poner su primera tienda a pie de calle no fue para vender ropa. O no solo. Situada detrás de su taller en el 30 de la avenida Montaigne de París, el local ofrecía parasoles y paraguas, guantes, perfumes, menaje y objetos decorativos a precios más que asequibles, destinados lo mismo a las clientas que salían de sus fabulosos salones tras ajustarse un vestido que al común de los transeúntes con ganas de darse un capricho. Colifichets lo llamó, “baratijas”, “cachivaches” o “pequeños lujos” en francés. “Vivir en una casa que no refleja quién eres es como vestir las prendas de otra persona”, razonaba a propósito el creador. Desde entonces, el emporio que lleva su apellido se ha ocupado de darle continuidad a tal filosofía, incluyendo en su oferta productos ornamentales tan funcionales como extravagantes. Entre mantelerías, útiles de jardinería, vajillas, cuadernos, velas perfumadas o juegos de mesa, Dior Maison crea hogar, que se dice.. “Para mí, lo interesante es que Dior fue la primera firma de lujo en ofrecer a la vez moda y objetos para la casa, porque a Christian le fascinaba la decoración. Compraba cantidades ingentes de piezas ornamentales y cuando viajaba volvía con detalles que adquiría en los artesanos que visitaba. Por eso con él todo estaba conectado: la ropa, la joyería y la decoración tenían respuesta las unas en las otras”, explica Sam Baron, colaborador habitual de la división de hogar de la maison, al habla al otro lado de la pantalla del ordenador. Artista/diseñador/director creativo, Baron presentaba el pasado abril su última contribución a la causa, al calor del Salone del Mobile de Milán: una serie de exquisitas piezas de vidrio soplado inspiradas en la naturaleza y la botánica, temas obsesivamente recurrentes en el trabajo del propio modista: “Mi labor como creativo es entender que lo que estamos haciendo se corresponde con la cultura de la marca. Creo que estas piezas de cristal transmiten lo que significa, sus valores”.. Titulada Ode à la nature (oda a la naturaleza), la colección se compone de pequeños enseres funcionales, a pesar de su fragilidad: exquisitas copas de vino, vasos, jarras de agua y platos decorativos (entre 250 y 750 euros). Aunque las pièces de résistance son los tres jarrones de cristal de Murano que alcanzan el metro de altura con sus filigranas vegetales transparentes. Apoyados sobre pedestales cristalinos, se elevan curvilíneos rememorando la forma de ánfora del frasco del perfume Miss Dior (1947) y dando testimonio de la excelencia artesana de la casa, en este caso gentileza del maestro vidriero italiano Massimo Lunardon, en cuyo taller de Bassano del Grappa, en la región del Véneto, se soplaron los diseños de Baron. “Los jarrones son tan grandes y los elementos ornamentales tan complejos que, en un momento dado, se precisan al menos siete personas operando al unísono. Unos soplan los propios jarrones, manteniendo el cristal casi al rojo mientras otros van realizando las ramas, las hojas y los pétalos de las flores que hay ensamblar a la vez. Es como una danza”, explica el artista. “Eso quiere decir, claro, que en el proceso habremos roto un par de ellos hasta que se obró la magia”.. En total se realizaron solo ocho unidades, cifradas en 15.000 euros cada una. “Tenía que ser una edición limitada, no había otra manera: son piezas únicas, singulares, el cristal es un material vivo, lo que significa que, al soplarlo y trabajarlo a mano, nunca vas a conseguir la misma pieza exacta”, informa Baron, entusiasmado por el éxito de transmitir esa fábula botánica de manera tan poética como moderna. “Estoy con Dior desde hace unos cinco años, así que hemos tenido tiempo para ir conociéndonos, entender las personalidades de cada cual y establecer un lenguaje común. Cuando eres un diseñador o un artista, el problema de colaborar con una gran casa de lujo es que puedes acabar deslumbrado por la grandeza del nombre. Soy francés y sé perfectamente lo que significa trabajar para Dior. Por supuesto que impresiona, pero creo que lo interesante llega al lograr entablar una conversación, diría, casi en el ámbito intelectual, porque es entonces cuando alcanzas la libertad para lidiar con su legado y todas esas referencias que son a la vez clásicas y contemporáneas”, continúa. “La historia de la marca abruma, mucho, pero tienes que encontrarte cómodo bajo su peso, pensando en darle continuidad y de qué manera puedes proyectarla hacia el futuro”.. Formado para el diseño en la Escuela de Bellas Artes de Saint-Étienne y la Escuela Nacional de Artes Decorativas de París, Sam Baron (49 años) es ese tipo de creador que prefiere plantear preguntas antes que resolver cuestiones a propósito de la funcionalidad o lo meramente ornamental. Los grupos LVMH y L’Oréal, el joyero Dinh Van y la fábrica de porcelana portuguesa Vista Alegre saben a lo que se enfrentan cuando le hacen sus encargos. “Al diseñar un objeto, me gusta pensar que no es solo lo que representa, lo es per se, sino también una fuente de inspiración o de conversación”, dice. “Necesito componer un mapa mental de cada proyecto, como un gran moodboard en mi cabeza que me asegure que voy a hacer lo correcto. Luego puedo ser más o menos elástico, como cuando cocinas y sigues una receta, pero te tomas ciertas libertades. Es un esfuerzo mental, que comienza antes del boceto: tienes que saber de dónde partes para entender adónde debes llegar y si vas a necesitar una vía de escape en algún momento”, explica sobre su proceso creativo. Y sentencia: “Cuando hablo con una marca, soy realmente yo, no trato de agradar a nadie. Si me llaman es porque el tono de mi voz les encaja con lo que quieren decir”.. Seguir leyendo
La nueva colección de piezas para el hogar de la firma Dior Maison trasciende el objeto decorativo para convertirse en obra de arte. Sam Baron se ha encargado de soñarla y de hacerla realidad
Cuando, en 1948, Christian Dior decidió poner su primera tienda a pie de calle no fue para vender ropa. O no solo. Situada detrás de su taller en el 30 de la avenida Montaigne de París, el local ofrecía parasoles y paraguas, guantes, perfumes, menaje y objetos decorativos a precios más que asequibles, destinados lo mismo a las clientas que salían de sus fabulosos salones tras ajustarse un vestido que al común de los transeúntes con ganas de darse un capricho. Colifichets lo llamó, “baratijas”, “cachivaches” o “pequeños lujos” en francés. “Vivir en una casa que no refleja quién eres es como vestir las prendas de otra persona”, razonaba a propósito el creador. Desde entonces, el emporio que lleva su apellido se ha ocupado de darle continuidad a tal filosofía, incluyendo en su oferta productos ornamentales tan funcionales como extravagantes. Entre mantelerías, útiles de jardinería, vajillas, cuadernos, velas perfumadas o juegos de mesa, Dior Maison crea hogar, que se dice.. “Para mí, lo interesante es que Dior fue la primera firma de lujo en ofrecer a la vez moda y objetos para la casa, porque a Christian le fascinaba la decoración. Compraba cantidades ingentes de piezas ornamentales y cuando viajaba volvía con detalles que adquiría en los artesanos que visitaba. Por eso con él todo estaba conectado: la ropa, la joyería y la decoración tenían respuesta las unas en las otras”, explica Sam Baron, colaborador habitual de la división de hogar de la maison, al habla al otro lado de la pantalla del ordenador. Artista/diseñador/director creativo, Baron presentaba el pasado abril su última contribución a la causa, al calor del Salone del Mobile de Milán: una serie de exquisitas piezas de vidrio soplado inspiradas en la naturaleza y la botánica, temas obsesivamente recurrentes en el trabajo del propio modista: “Mi labor como creativo es entender que lo que estamos haciendo se corresponde con la cultura de la marca. Creo que estas piezas de cristal transmiten lo que significa, sus valores”.. Baron dibujo un boceto a mano alzada de uno de los grandes jarrones escultóricos que ha diseñado para Dior Maison.Laora Queyras (Cedida por Dior). Titulada Ode à la nature (oda a la naturaleza), la colección se compone de pequeños enseres funcionales, a pesar de su fragilidad: exquisitas copas de vino, vasos, jarras de agua y platos decorativos (entre 250 y 750 euros). Aunque las pièces de résistance son los tres jarrones de cristal de Murano que alcanzan el metro de altura con sus filigranas vegetales transparentes. Apoyados sobre pedestales cristalinos, se elevan curvilíneos rememorando la forma de ánfora del frasco del perfume Miss Dior (1947) y dando testimonio de la excelencia artesana de la casa, en este caso gentileza del maestro vidriero italiano Massimo Lunardon, en cuyo taller de Bassano del Grappa, en la región del Véneto, se soplaron los diseños de Baron. “Los jarrones son tan grandes y los elementos ornamentales tan complejos que, en un momento dado, se precisan al menos siete personas operando al unísono. Unos soplan los propios jarrones, manteniendo el cristal casi al rojo mientras otros van realizando las ramas, las hojas y los pétalos de las flores que hay ensamblar a la vez. Es como una danza”, explica el artista. “Eso quiere decir, claro, que en el proceso habremos roto un par de ellos hasta que se obró la magia”.. En total se realizaron solo ocho unidades, cifradas en 15.000 euros cada una. “Tenía que ser una edición limitada, no había otra manera: son piezas únicas, singulares, el cristal es un material vivo, lo que significa que, al soplarlo y trabajarlo a mano, nunca vas a conseguir la misma pieza exacta”, informa Baron, entusiasmado por el éxito de transmitir esa fábula botánica de manera tan poética como moderna. “Estoy con Dior desde hace unos cinco años, así que hemos tenido tiempo para ir conociéndonos, entender las personalidades de cada cual y establecer un lenguaje común. Cuando eres un diseñador o un artista, el problema de colaborar con una gran casa de lujo es que puedes acabar deslumbrado por la grandeza del nombre. Soy francés y sé perfectamente lo que significa trabajar para Dior. Por supuesto que impresiona, pero creo que lo interesante llega al lograr entablar una conversación, diría, casi en el ámbito intelectual, porque es entonces cuando alcanzas la libertad para lidiar con su legado y todas esas referencias que son a la vez clásicas y contemporáneas”, continúa. “La historia de la marca abruma, mucho, pero tienes que encontrarte cómodo bajo su peso, pensando en darle continuidad y de qué manera puedes proyectarla hacia el futuro”.. ‘Ode à la nature’ comprende una serie de piezas funcionales de cristal, de venta ilimitada, entre las que se incluyen pequeños candelabros.Laora Queyras (Cedida por Dior). Formado para el diseño en la Escuela de Bellas Artes de Saint-Étienne y la Escuela Nacional de Artes Decorativas de París, Sam Baron (49 años) es ese tipo de creador que prefiere plantear preguntas antes que resolver cuestiones a propósito de la funcionalidad o lo meramente ornamental. Los grupos LVMH y L’Oréal, el joyero Dinh Van y la fábrica de porcelana portuguesa Vista Alegre saben a lo que se enfrentan cuando le hacen sus encargos. “Al diseñar un objeto, me gusta pensar que no es solo lo que representa, lo es per se, sino también una fuente de inspiración o de conversación”, dice. “Necesito componer un mapa mental de cada proyecto, como un gran moodboard en mi cabeza que me asegure que voy a hacer lo correcto. Luego puedo ser más o menos elástico, como cuando cocinas y sigues una receta, pero te tomas ciertas libertades. Es un esfuerzo mental, que comienza antes del boceto: tienes que saber de dónde partes para entender adónde debes llegar y si vas a necesitar una vía de escape en algún momento”, explica sobre su proceso creativo. Y sentencia: “Cuando hablo con una marca, soy realmente yo, no trato de agradar a nadie. Si me llaman es porque el tono de mi voz les encaja con lo que quieren decir”.
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