Desde Sánchez Mejías y Alberti hasta La Pasionaria y Cela, incluyendo a Luis Miguel y Espartaco, este lugar no solo conmemora su aniversario en estas fechas, sino que también festeja su perdurabilidad emocional. Leer.
Desde Sánchez Mejías y Alberti hasta La Pasionaria y Cela, incluyendo a Luis Miguel y Espartaco, este lugar no solo conmemora su aniversario en estas fechas, sino que también festeja su perdurabilidad emocional. Leer.
«Y al observar el círculo, percibo la niñez del sol», expresó un poeta sin nombre que probablemente imaginó esta plaza de Pontevedra: redonda, íntima, construida de piedra, formada por emociones y el sonido de campanas. Este verano celebra su 125 aniversario, y el Coso de San Roque, que está al lado de la capilla dedicada al santo que protege contra plagas y enfermedades, continúa siendo un símbolo que ilumina el arte transitorio de la tauromaquia y la emoción que solo se puede experimentar en una tarde de agosto en las Rías Baixas. Federico García Lorca decía que «la plaza es la forma circular que permite al valor ser observado por las personas». En Pontevedra, la plaza de toros es más que una simple estructura: es un recuerdo, es verano, es el sonido de las gaitas combinado con los clarines, es el sol desgastando la madera y la arena, es la suave brisa del Lérez que alivia la tarde al inicio del paseíllo. Antonio Gala escribió: «No hay belleza sin herida». Y tal vez en el círculo de Pontevedra resida esa verdad. Cada movimiento, cada actuación y cada toro que se convierte en leyenda en el cielo gallego, añade una marca que enriquece su relato. Una narrativa que ha perdurado por más de 125 años y que continuará, siempre que haya personas dispuestas a experimentarla. La plaza fue inaugurada el día de la Peregrina de 903 con los hermanos Bombita, y surgió en una Galicia que comenzaba a enfocarse hacia el sur sin olvidar su identidad norteña. Desde entonces, este lugar ha sido testigo de hazañas, de momentos sagrados, y de tardes que ya son parte del dorado pasado de la historia. Aquí, en 1920, Ignacio Sánchez Mejías recibió dos orejas y el rabo, y regresó en 1927 junto a Rafael Alberti. La historia de aquel día narra que el poeta gaditano acompañó al torero sevillano en el paseíllo, «con el estómago apretado», mientras este ofrecía un toro al académico y teórico José María de Cossío.
Toros // elmundo