Eloy Luis André, sabio olvidado, realizó el primer experimento de laboratorio conocido para estudiar las “curvas melódicas” del castellano y el gallego y compararlos con otros nueve idiomas del planeta
En la madrugada del pasado 14 de septiembre, al día siguiente del rodaje de una película allí, un incendio de esos que se dicen devastadores arrasó la casa familiar de Eloy Luis André (Mourazos, Verín, Ourense, 1876-Madrid, 1935). Todo lo que no había salido antes de aquel lugar: libros, apuntes, manuscritos y objetos personales de este sabio olvidado, fue —también como se dice siempre— pasto de las llamas. La parte buena es que una colección importante del legado del filósofo ético, economista, psicólogo y jurista que protagonizó cientos de noticias en la prensa del primer tercio del siglo XX —hasta desdibujarse y borrarse de la memoria colectiva tras su muerte— había sido entregada, ya en 2019, a la Biblioteca Municipal de Verín.
Allí, Aurora Prieto Tarrío y Vicente Rodríguez Justo habían organizado un año antes unas conferencias para reivindicar a este erudito. Eloy Luis André era un personaje controvertido, de firmes convicciones europeístas y autonomistas, con relaciones humanas e intelectuales por veces tumultuosas, asesor ministerial, investigador y conferenciante. Había sido alumno predilecto de Wilhelm Wundt, padre de la psicología moderna y fundador del primer laboratorio de psicología experimental (Leipzig, 1879). Y también había sido pupilo en Salamanca de Miguel de Unamuno, con el que el gallego acabó enfrentado públicamente. La correspondencia mantenida con sus maestros se salvó del fuego porque no se conservaba en la casa. Pero lo más importante es que entre los bienes donados por los herederos a esa biblioteca, preocupada por recuperar archivos de las figuras más ilustres vinculadas con la comarca, estaba el manuscrito en alemán de su tesis: Las curvas melódicas del habla en diferentes lenguas vivas. Por Dr. Eloy Luis André: Miembro del Instituto Psicológico, Universidad de Leipzig. Y junto a esto, cinco extraños rollos de papel ahumado con líneas onduladas, grabadas sobre el pigmento de carbón, como si fueran las señales de un sismógrafo o un electrocardiograma.
Los rollos resultaron contener algunas de esas “curvas melódicas” que entre 1910 y 1911, mientras trabajaba a la vera de Wundt, registró Luis André para comparar, empíricamente, el diferente latido de 11 idiomas: La música, inconfundible y única, de cada pronunciación, que se mantiene de forma aproximada a lo largo del tiempo, custodiada por sus hablantes. En Vilardevós (Ourense), en la casa familiar del investigador, se habían conservado mejor o peor durante un siglo estas grabaciones en un formato que, además, no se ha encontrado en ningún otro lugar del mundo. Son, que se conozcan, “las primeras grabaciones en laboratorio del idioma castellano y, sin duda alguna, del gallego”, valora el bibliotecario Vicente Rodríguez; “porque el primer laboratorio experimental de la lengua en España se fundó en Barcelona cuatro años después, sentando las bases del futuro CSIC”, explica.
Pero para llegar a esta conclusión, Rodríguez y Prieto emprendieron un rastreo que, en plena pandemia, les llevó de Galicia a Madrid, de Madrid a París, de París al desaliento, y del desaliento a la Universidad de Indiana, esta vez por la magia de Internet. “Rascamos muchísimo, llamamos a tantas puertas…”, reconoce el bibliotecario convertido, a fuerza de curiosidad, en aventurero y explorador. Allí, un equipo experto en la “prehistoria de las técnicas de grabación” conocía este sistema en papel impregnado de carbón, “el primero que existió”, aunque no en este formato de tira continua. Y con un programa informático que había desarrollado logró sacar sonido del rollo que mejor se conservaba. Lo que se puede escuchar es una voz humana, pero la reproducción es tan precaria como el propio soporte. “Nos parece una lengua eslava”, comentan los encargados de la Biblioteca de Verín.
En el laboratorio de Wundt, que dedicó su vida a investigar y cuantificar las variables psíquicas de la conciencia y desarrollar sus teorías de la Psicología de los Pueblos, Luis André aspiraba a encontrar la huella sonora que hace inconfundible cada lengua y a descubrir cuál era la más melódica de las hablas. En su experimento, se repetía en español, gallego, griego, japonés, lituano, rumano, holandés, alemán, inglés y ruso y lenguas eslavas la frase “usted ve el sol”. Por la fecha en la que se llevó a cabo el experimento, el científico nacido en Verín podría haber grabado las voces en los cilindros de cera para fonógrafo, patentados por Edison, el primer soporte capaz de registrar y reproducir la música, vigente entre 1889 y 1915. Pero eligió la grabación en papel ahumado, cuyo fin no era reproducir, sino simplemente registrar, porque lo que le interesaba era la física de las curvas, comparar las líneas grabadas sobre el carbón, un hecho objetivo. El papel ahumado se grababa mediante el fonoautógrafo que inventó en 1857 el francés Éduard-Léon Scott de Martinville, autor del primer registro de una pieza musical, Au Clair de la Lune, en 1860.
“Nos preguntábamos qué eran esos rollos de papel continuo ahumado y consultamos en la Galiciana [Bibiloteca Digital de Galicia] y en el Museo do Pobo Galego, que nos remitió a la Biblioteca Nacional. Allí, nos pusieron sobre la pista del fonoautógrafo, pero no tenían nada parecido y nos indicaron que quizás encontraríamos ayuda en la Biblioteca Nacional francesa”, cuenta Vicente Rodríguez. “Terminamos en la Mediateca de París, en el Phonomuseum, en la Oficina de Patentes de Francia”. Había grabaciones, pero en formato cuartilla. Ni rastro de algo comparable a los rollos de registrierstreifen (tira o banda de registrar) que usaba Luis André, y que por una lata y un tique que los acompañaba se sabe que fueron fabricados por la marca alemana Zimmermann, también en Leipzig.
“El caso es que seguimos con las pesquisas por nuestra cuenta, ya buceando en Google, y encontramos un grupo de trabajo llamado First Sounds en Estados Unidos”, relata el bibliotecario, lo que sucedió en plena pandemia: “En él estaba como cofundador Patrick Feaster, el mayor experto mundial en el mantenimiento y recuperación de grabaciones antiguas”. Feaster trabajaba por aquel entonces adscrito al departamento Media Digitization & Preservation Initiative de la Universidad de Indiana. El sabio, autor de Pictures of Sound, un libro nominado a tres premios Grammy en 2013, les hizo el “caso” que otras instituciones no les habían hecho. “Lanzamos un tiro al aire, mandamos un correo y nos contestaron del departamento en media hora”, rememora Rodríguez. “Nosotros queríamos saber qué teníamos entre manos y cuál era el mejor método para conservarlo; suponíamos que teníamos un tesoro, pero no sabíamos nada”, reconoce, “y él no solo nos dio inmediatamente las directrices para custodiarlo en las mejores condiciones, sino que nos dijo que era algo muy importante”. Gracias a estos rollos, se sabe ahora que existió una producción en cinta continua. Posiblemente, “los acontecimientos históricos que sacudieron Europa en los siguientes años”, comenta Vicente Rodríguez, hicieron desaparecer cualquier otro vestigio similar.
“En esta investigación fuimos encontrando muchos amigos, personas que nos apoyaron y personas que se volcaron”, recalcan los bibliotecarios de Verín. Mónika del Castillo y Rubén Couto transcribieron el manuscrito en alemán científico de principios del siglo XX, y el segundo también se encargó de la traducción. Pero en el resultado, que verá la luz este mes transformado en un libro que financió el Ayuntamiento de Vilardevós, donde se crio Eloy Luis André, participaron “el psiquiatra clínico Xosé Ramón García Soto, el antropólogo Miguel Losada y, por supuesto, Patrick Feaster”, que logró recuperar el audio del rollo número uno. En el historial del equipo americano figuraba el hito de haber resucitado, con tecnología digital, el rudimentario sonido de aquel Au Clair de la Lune, grabado en 1860. Para lograr sacar algo de las tiras ahumadas, Feaster les indicó que digitalizaran los cinco rollos en alta resolución. Esto también fue una “odisea” para los bibliotecarios y sus ordenadores, porque “cada imagen ocupaba 60 megas”.
A medida que digitalizaban, enviaban a un servidor que les facilitaron desde Indiana. En total, sacaron 600 imágenes correspondientes a cinco rollos que miden entre 6 y 7 centímetros de altura y tienen un largo muy variable. El número 5 es el más extenso, casi 16 metros de bobina. El cuarto, 5,4 metros. El tercero, 8,6. El segundo, siete. Y el primero, que a simple vista ya se nota que es el mejor conservado —el más oscuro porque no se le ha desprendido tanto la pátina de carbón— mide solo dos metros. “Fue como milagroso”, reconoce admirado Vicente Rodríguez, “ver que aquello que fuimos mandando a los pocos se pudo transformar en voz”. Una voz de alguien que vivió hace 114 años.
EL PAÍS
En la madrugada del pasado 14 de septiembre, al día siguiente del rodaje de una película allí, un incendio de esos que se dicen devastadores arrasó la casa familiar de Eloy Luis André (Mourazos, Verín, Ourense, 1876-Madrid, 1935). Todo lo que no había salido antes de aquel lugar: libros, apuntes, manuscritos y objetos personales de este sabio olvidado, fue —también como se dice siempre— pasto de las llamas. La parte buena es que una colección importante del legado del filósofo ético, economista, psicólogo y jurista que protagonizó cientos de noticias en la prensa del primer tercio del siglo XX —hasta desdibujarse y borrarse de la memoria colectiva tras su muerte— había sido entregada, ya en 2019, a la Biblioteca Municipal de Verín.. Allí, Aurora Prieto Tarrío y Vicente Rodríguez Justo habían organizado un año antes unas conferencias para reivindicar a este erudito. Eloy Luis André era un personaje controvertido, de firmes convicciones europeístas y autonomistas, con relaciones humanas e intelectuales por veces tumultuosas, asesor ministerial, investigador y conferenciante. Había sido alumno predilecto de Wilhelm Wundt, padre de la psicología moderna y fundador del primer laboratorio de psicología experimental (Leipzig, 1879). Y también había sido pupilo en Salamanca de Miguel de Unamuno, con el que el gallego acabó enfrentado públicamente. La correspondencia mantenida con sus maestros se salvó del fuego porque no se conservaba en la casa. Pero lo más importante es que entre los bienes donados por los herederos a esa biblioteca, preocupada por recuperar archivos de las figuras más ilustres vinculadas con la comarca, estaba el manuscrito en alemán de su tesis: Las curvas melódicas del habla en diferentes lenguas vivas. Por Dr. Eloy Luis André: Miembro del Instituto Psicológico, Universidad de Leipzig. Y junto a esto, cinco extraños rollos de papel ahumado con líneas onduladas, grabadas sobre el pigmento de carbón, como si fueran las señales de un sismógrafo o un electrocardiograma.. Los rollos resultaron contener algunas de esas “curvas melódicas” que entre 1910 y 1911, mientras trabajaba a la vera de Wundt, registró Luis André para comparar, empíricamente, el diferente latido de 11 idiomas: La música, inconfundible y única, de cada pronunciación, que se mantiene de forma aproximada a lo largo del tiempo, custodiada por sus hablantes. En Vilardevós (Ourense), en la casa familiar del investigador, se habían conservado mejor o peor durante un siglo estas grabaciones en un formato que, además, no se ha encontrado en ningún otro lugar del mundo. Son, que se conozcan, “las primeras grabaciones en laboratorio del idioma castellano y, sin duda alguna, del gallego”, valora el bibliotecario Vicente Rodríguez; “porque el primer laboratorio experimental de la lengua en España se fundó en Barcelona cuatro años después, sentando las bases del futuro CSIC”, explica.. Pero para llegar a esta conclusión, Rodríguez y Prieto emprendieron un rastreo que, en plena pandemia, les llevó de Galicia a Madrid, de Madrid a París, de París al desaliento, y del desaliento a la Universidad de Indiana, esta vez por la magia de Internet. “Rascamos muchísimo, llamamos a tantas puertas…”, reconoce el bibliotecario convertido, a fuerza de curiosidad, en aventurero y explorador. Allí, un equipo experto en la “prehistoria de las técnicas de grabación” conocía este sistema en papel impregnado de carbón, “el primero que existió”, aunque no en este formato de tira continua. Y con un programa informático que había desarrollado logró sacar sonido del rollo que mejor se conservaba. Lo que se puede escuchar es una voz humana, pero la reproducción es tan precaria como el propio soporte. “Nos parece una lengua eslava”, comentan los encargados de la Biblioteca de Verín.. En el laboratorio de Wundt, que dedicó su vida a investigar y cuantificar las variables psíquicas de la conciencia y desarrollar sus teorías de la Psicología de los Pueblos, Luis André aspiraba a encontrar la huella sonora que hace inconfundible cada lengua y a descubrir cuál era la más melódica de las hablas. En su experimento, se repetía en español, gallego, griego, japonés, lituano, rumano, holandés, alemán, inglés y ruso y lenguas eslavas la frase “usted ve el sol”. Por la fecha en la que se llevó a cabo el experimento, el científico nacido en Verín podría haber grabado las voces en los cilindros de cera para fonógrafo, patentados por Edison, el primer soporte capaz de registrar y reproducir la música, vigente entre 1889 y 1915. Pero eligió la grabación en papel ahumado, cuyo fin no era reproducir, sino simplemente registrar, porque lo que le interesaba era la física de las curvas, comparar las líneas grabadas sobre el carbón, un hecho objetivo. El papel ahumado se grababa mediante el fonoautógrafo que inventó en 1857 el francés Éduard-Léon Scott de Martinville, autor del primer registro de una pieza musical, Au Clair de la Lune, en 1860.. “Nos preguntábamos qué eran esos rollos de papel continuo ahumado y consultamos en la Galiciana [Bibiloteca Digital de Galicia] y en el Museo do Pobo Galego, que nos remitió a la Biblioteca Nacional. Allí, nos pusieron sobre la pista del fonoautógrafo, pero no tenían nada parecido y nos indicaron que quizás encontraríamos ayuda en la Biblioteca Nacional francesa”, cuenta Vicente Rodríguez. “Terminamos en la Mediateca de París, en el Phonomuseum, en la Oficina de Patentes de Francia”. Había grabaciones, pero en formato cuartilla. Ni rastro de algo comparable a los rollos de registrierstreifen (tira o banda de registrar) que usaba Luis André, y que por una lata y un tique que los acompañaba se sabe que fueron fabricados por la marca alemana Zimmermann, también en Leipzig.. “El caso es que seguimos con las pesquisas por nuestra cuenta, ya buceando en Google, y encontramos un grupo de trabajo llamado First Sounds en Estados Unidos”, relata el bibliotecario, lo que sucedió en plena pandemia: “En él estaba como cofundador Patrick Feaster, el mayor experto mundial en el mantenimiento y recuperación de grabaciones antiguas”. Feaster trabajaba por aquel entonces adscrito al departamento Media Digitization & Preservation Initiative de la Universidad de Indiana. El sabio, autor de Pictures of Sound, un libro nominado a tres premios Grammy en 2013, les hizo el “caso” que otras instituciones no les habían hecho. “Lanzamos un tiro al aire, mandamos un correo y nos contestaron del departamento en media hora”, rememora Rodríguez. “Nosotros queríamos saber qué teníamos entre manos y cuál era el mejor método para conservarlo; suponíamos que teníamos un tesoro, pero no sabíamos nada”, reconoce, “y él no solo nos dio inmediatamente las directrices para custodiarlo en las mejores condiciones, sino que nos dijo que era algo muy importante”. Gracias a estos rollos, se sabe ahora que existió una producción en cinta continua. Posiblemente, “los acontecimientos históricos que sacudieron Europa en los siguientes años”, comenta Vicente Rodríguez, hicieron desaparecer cualquier otro vestigio similar.. “En esta investigación fuimos encontrando muchos amigos, personas que nos apoyaron y personas que se volcaron”, recalcan los bibliotecarios de Verín. Mónika del Castillo y Rubén Couto transcribieron el manuscrito en alemán científico de principios del siglo XX, y el segundo también se encargó de la traducción. Pero en el resultado, que verá la luz este mes transformado en un libro que financió el Ayuntamiento de Vilardevós, donde se crio Eloy Luis André, participaron “el psiquiatra clínico Xosé Ramón García Soto, el antropólogo Miguel Losada y, por supuesto, Patrick Feaster”, que logró recuperar el audio del rollo número uno. En el historial del equipo americano figuraba el hito de haber resucitado, con tecnología digital, el rudimentario sonido de aquel Au Clair de la Lune, grabado en 1860. Para lograr sacar algo de las tiras ahumadas, Feaster les indicó que digitalizaran los cinco rollos en alta resolución. Esto también fue una “odisea” para los bibliotecarios y sus ordenadores, porque “cada imagen ocupaba 60 megas”.. A medida que digitalizaban, enviaban a un servidor que les facilitaron desde Indiana. En total, sacaron 600 imágenes correspondientes a cinco rollos que miden entre 6 y 7 centímetros de altura y tienen un largo muy variable. El número 5 es el más extenso, casi 16 metros de bobina. El cuarto, 5,4 metros. El tercero, 8,6. El segundo, siete. Y el primero, que a simple vista ya se nota que es el mejor conservado —el más oscuro porque no se le ha desprendido tanto la pátina de carbón— mide solo dos metros. “Fue como milagroso”, reconoce admirado Vicente Rodríguez, “ver que aquello que fuimos mandando a los pocos se pudo transformar en voz”. Una voz de alguien que vivió hace 114 años.. Seguir leyendo